Mi jefa perfumada

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Entré en su despacho con un expediente y una cartera que sostenía con el brazo pegado a mi pecho. Mi jefa estaba sentada al fondo tecleando el ordenador. Le di los buenos días y me senté en una de las dos sillas colocadas al otro lado de su lustrosa mesa de caoba. Contestó monótonamente, "buenos días", sin apartar la mirada de la pantalla, ignorando conscientemente mi presencia. Estaba acostumbrado a su indiferencia, pero no por ello dejaba de molestarme el trato distante y altivo que me dispensaba. Era bella, de facciones elegantes y labios abundantes perfectamente perfilados. Entre el escote de su blusa, destacaba la parte superior de los senos, comprimidos y resaltados por un sujetador ribeteado de encaje malva. Sus piernas estaban ocultas debajo de la mesa, aunque, al entrar, pude ver que llevaba puesta la misma falda corta que había activado mi libido en diversas ocasiones cuando, sentada a mi lado en interminables sesiones de trabajo, la tela ascendía lentamente y dejaba al descubierto sus ampulosos y largos muslos. En silencio, roto sólo por el clic-clac del teclado, y a pesar del mueble de caoba que se interponía entre nosotros, mi imaginación desmedida percibía con intensidad la tersura de su piel, el aroma de su pecho, la calidez y humedad de su vulva.

-Dime-, espetó imperativamente.

Desvelado de golpe de mi ensueño, dejé caer el expediente sobre la mesa. -Es el informe de un nuevo perfume en el que llevo trabajando hace tiempo. Está elaborado a partir de feromonas animales. Produce una irresistible atracción sexual del hombre que lo lleva sobre cualquier mujer que se halle lo suficientemente cerca como para olerlo, sea ese hombre guapo, feo, alto, bajo, joven, maduro, friki... Será nuestro producto estrella. La bomba. Con el adecuado marketing, la empresa obtendrá grandes beneficios.-

-¿Me estás tomando el pelo?- Las feromonas pueden funcionar en el reino animal y vegetal, pero el comportamiento humano y el erotismo se rigen por la seducción, la personalidad, el temperamento de cada individuo, la cultura, la ética...

-¿La ética? Provenimos del reino animal. La ética nos mutila los genitales, nos somete, nos domestica, nos hace maleables a las directrices de las élites sociales de cada momento y nos convierte en marionetas apocadas de quienes manejan los hilos del poder.- Escuchaba asombrada. Nunca le había hablado de aquella manera.

-Mira-. Saqué un frasco lleno de perfume y un vaso vacío de la cartera y los puse encima de la mesa. -Huele el contenido del frasco. Es el nuevo perfume-. Lo destapó y se lo acercó a la nariz. Inspiró concentrada. -Mmm... Realmente, es un buen perfume, sobrio, elegante, exquisito ¡Excelente!, pero, lo siento, mi nivel de excitación sexual sigue tan plano como antes de olerlo-, dijo sonriendo burlonamente mientras extendía el cuerpo sobre la silla.

-No te rías. En primer lugar, lo has olido directamente del frasco, no esparcido en mi cuerpo- Soltó una sonora carcajada. -En segundo lugar, le falta un ingrediente esencial: tan sólo una gota de semen humano por cada medio de litro de la muestra que acabas de oler.- Su cuerpo comenzó a temblar por las sacudidas que le producía la risa.

Me levanté, fui hacia la puerta y eché el cerrojo. -Funciona y te lo voy a demostrar-. Me quité los zapatos y me desnudé de cintura para abajo. Agarré firmemente mi pene y comencé a masturbarme delante de ella, que dejó de reír de inmediato. Miraba sorprendida, incrédula. -¿Te vas a correr aquí?, preguntó vacilante. Con el dedo señalé el vaso vacío. Sus ojos seguían mis movimientos con atención. Su crispada expresión inicial se iba relajando por momentos a medida que mi actuación iba avanzando y su mirada se tornaba más interesada ante el miembro que aumentaba de tamaño.

-Necesito un poco de tu ayuda-, le dije. -Enséñame las piernas- Tras dudar un momento, empujó su silla hacia atrás y sus hermosas extremidades quedaron al descubierto. -Acarícialas-. Siguió mi indicación aplicadamente, recorriendo sus muslos con las manos extendidas. -Mastúrbate-, dije unos instantes después. Se quitó la falda y las bragas. Con el culo sobre el asiento, apoyando un pie en el borde de la mesa y el otro en el suelo, comenzó a frotar los labios entreabiertos de su vagina.

Nos masturbábamos uno frente al otro acompasadamente, sincronizando el movimiento de las manos, la intensidad y los cambios que de vez en cuando cualquiera de los dos introducía para variar la rutina. Paré momentáneamente, cogí el frasco de perfume y dejé caer unas gotas del contenido a lo largo de mi polla empalmada. A continuación, la acerqué a su nariz. Olió el aroma con una inspiración larga, profunda, y exhaló con los dientes apretados, intensificando el ritmo de las caricias que imprimía a su vulva. Con su otra mano cogió mi pene y lo introdujo en la boca mamándolo con avidez. Su lengua quería penetrar inútilmente en el orificio del glande, lamía la uretra y se desplazaba rápidamente a lo largo del frenillo. Chupaba y tragaba la saliva como si quisiera exprimir el contenido más profundo de mis entrañas a través de la cánula ardiente que tenía en la boca. Su excitación iba en aumento, a la par que la mía, hasta que sintió un violento fragor en su vientre que la obligó a doblar sus piernas temblorosas y apretar las rodillas jadeando repetidamente con la boca abierta, los ojos cerrados y la mano aferrada a mi polla que bullía como una caldera a presión a punto de estallar. Tras el último jadeo, volvió a introducirla en su boca famélica. Movía la cabeza velozmente, sosteniendo con una mano el miembro, mientras con la otra magreaba mis testículos. Mi respiración se aceleró y, bruscamente, el néctar por ella esperado saltó expelido hacia el interior de su garganta, que tragó en su totalidad.

-Vaya, no ha quedado ni rastro de tu lechita. No podremos mezclarla con tu perfume. De todas formas, me gusta tal como ha quedado, y no pienso dejar que malgastes ni una gota de tu semen. Has triunfado. Has obtenido un producto excelente. Querías excitarme y lo has conseguido. Pero, cuidado, soy caprichosa y exigente. He probado tu leche, me ha gustado y ahora quiero mi ración diaria.-

En pie, se inclinó apoyando los brazos sobre la mesa, con las piernas separadas y el culo arqueado. Arañé con suavidad sus nalgas, las separé y coloqué mi boca entre ellas. Besé repetidamente su piel. Lamí la raja sonrojada desde el clítoris hasta el ano sin dejar un punto al olvido. El vello de su vulva cosquilleaba mis labios. Su fluido vaginal empalagaba mi lengua. Me incorporé, di varias palmadas a los dos glúteos y metí mi pene dentro de su empapado coño. Pero me quedé inmóvil. Quería provocarla.

-Ya sé qué marca y eslogan publicitario utilizar con el perfume, jefa: "Falo´s, ardor de Siete Machos"-, dije efusivamente.

-¿Quieres dejarte de tonterías? No pares. Fóllame, coño.- Tiré con fuerza de sus caderas hacia mí a la vez que empujé las mías en sentido contrario clavando el miembro hasta el fondo. Gritó. Sus nalgas golpearon mi pubis y salieron rebotadas hacia delante para regresar de nuevo y seguir en círculo vicioso, muy vicioso, repetitivo, progresivo, acelerado, constante.

Rufus


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