La pérdida. PARTE I

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La viudedad es un estado difícil de superar, la pérdida de tu compañero de vida te hace sentir un dolor tan intenso que crees que todo ha terminado, pierdes la capacidad de continuar, la tristeza inunda tu alma y consideras que ya no tiene sentido seguir viviendo. Quieres seguirle, quieres morir también.

No hay consuelo en lo que tu familia y amigos te dicen, en sus palabras, que solo oyes pero no escuchas, porque tu mente está vacía, perdida en un océano de dolor. Ya no tiene sentido nada para ti, te conviertes en un zombi, un muerto viviente, desesperada porque todo acabe ya, tu camino se ha visto interrumpido y sientes que has caído hacia un abismo, un abismo sin fondo, donde solo hay dolor, soledad y oscuridad.

No te importa cómo vas vestida, ni si te has aseado, si has comido o dormido, te da todo igual, sólo quieres tumbarte en la cama de tu habitación a oscuras y olvidarte de todo y que te olviden, dejarte morir.

Pero no puedes olvidar, ves su cara, su imagen, inspiras profundamente reconociendo incluso su olor, afloran a tu mente recuerdos felices de vuestra existencia, momentos perfectos, incluso anécdotas divertidas, donde ves su sonrisa, su mirada pícara y de pronto quieres alargar tus manos y poder tocarle, volver a acariciar sus cabellos, sentir su piel en las yemas de tus dedos. Esa piel tan masculina, tostada por el sol, con ese aroma a hombre que tanto me gustaba y que cuando compartíamos lecho hacía que mi pituitaria recibiera descargas que inconscientemente se quedaban grabadas en mi mente. Recordar el olor a su piel me hizo estremecer, con un sentido entre placer y dolor.

Su boca, sus labios suaves y carnosos, deliciosos para besar, blandos y a la vez firmes y ávidos de un beso que nos llevaba a querer más. Seductores y tentadores dientes blancos, como la cal de la pared, se entreveían al sonreírme con picardía, cuando quería algo…

Y sus ojos, que lo decían todo con una mirada, que a veces ni si quiera hablábamos y sabíamos lo que queríamos. Esos mensajes salidos de sus pupilas negras, como un punto oscuro en el mar, el más azul que haya visto jamás.

Su cuerpo, todavía joven y hermoso, de carnes prietas pero no musculadas, tan solo lo justo; ese cuerpo que me protegía, rodeaba y abrazaba cuando dormíamos y que buscaba a oscuras cuando no lo sentía piel contra piel. Ese calor que emanaba de él cuando me acercaba y que a veces ardía con la fricción de nuestros cuerpos al hacer el amor.

Pero ya no está, ya no puedes volver a sentir nada de eso, ya no puedes volver a tocar su cuerpo, mirarle a sus ojos, besarle los labios o mesarle el cabello, tan sólo quedan tus recuerdos, eso es lo único que tienes. Es injusto perder a la persona amada tan pronto, ha sido poco tiempo, tan sólo ocho años después de encontrarlo. Me pregunto cómo habría sido nuestra vejez, juntos, ¿seguiría amándome cuando fuera vieja, cuando la belleza de mi cara y mi cuerpo se hubieran ido?, mi mente está perdida en un mar de posibilidades, posibilidades que ya no podrán ocurrir, porque ya no está, se ha ido, me ha dejado, tengo que afrontar la vida sola y no me veo capaz, no tengo fuerzas, siento un vacío que se que no podré llenar nunca, no existe nadie como él, ni existirá. Los humanos somos únicos, cada alma es personal, aunque los gemelos comparten físico, su alma es diferente, distinta y única. Por eso el alma de Simón ya no volverá, ha dejado su cuerpo. Nuestros cuerpos que son caparazones orgánicos y efímeros que cuando su alma sale de ellos se pudren y descomponen, como manda la naturaleza. Que injusta la naturaleza, pero debe seguir un ciclo de vida, donde nacemos, nos reproducimos y morimos, así en todas las especies, racionales o no.

-         Simón, ¿por qué me has abandonado?. –sollozo en voz alta como enfadada.-

No sé por qué ha ocurrido, pero estas palabras han brotado de mi boca, como queriendo que él las escuche y regrese a mi lado para darme una explicación. Y exijo una explicación, él sólo tenía 29 años, no entiendo por qué su vida ha tenido que terminar así, de pronto, sin preaviso, sin saberlo, sin poder prepararse y prepararme para su muerte, sin poder criar a nuestra hija, verla crecer, caer, estudiar, enamorarse, casarse y todo lo que se supone que tenía que disfrutar. Él ya no podrá estar en nada de eso. Estaré yo sola.


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