La pérdida. PARTE V I

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Mi vida es miserable, oscura, triste, todo por culpa de un borracho que se comportó inconscientemente cogiendo el camión siendo un imprudente, y se llevó el amor de mi vida para siempre. Nunca he visto a ese hombre, pero trato de imaginarlo, un hombre de mediana edad, desaliñado, despreocupado, alcohólico, mal educado, cutre, un sinfín de adjetivos negativos que me dan una imagen horrible de este personaje. Pero quién sabe, quizá sólo bebió ese día por algún motivo especial, y tuvo que llevar el camión para no perder su puesto de trabajo. Ya no se qué pensar, le culpo y le perdono, pero no puedo olvidarlo. A veces quiero conocerlo, ver quién es, saber si es cómo lo he imaginado y presentarme y escupirle a la cara todos los insultos que pasen por mi cabeza en ese momento; O quizás no sea capaz de decirle nada. Tengo mucha rabia contenida hacía él y me gustaría golpearlo, hacerle daño, deseo su muerte, ¿por qué él se salvó y Simón no?, este hombre salió despedido de la cabina en el momento de la colisión porque no tenía el cinturón de seguridad puesto y cayó a bastantes metros del accidente, sufriendo a penas quemaduras y una rotura de fémur; Y sin embargo, Simón que llevaba puesto el cinturón, como exige la ley, no tuvo oportunidad de escapar de la explosión. Murió en el acto. Supongo que el factor suerte jugó un papel fundamental en este accidente, en la mayoría de las ocasiones llevar el cinturón salva vidas, pero en esta no fue así. Siempre hay porcentajes y Simón pertenece a ese pequeño porcentaje.

No me da miedo conducir, ni la carretera, no siento temor, ni pánico a los coches o camiones, no sé si es porque me da igual morir o porque yo no estuve en ese accidente, nunca he tenido ninguno. En ocasiones imagino cómo ocurrió, tan sólo conozco los detalles del atestado y lo que contaron los testigos y la policía, ¿qué le pasó a Simón por la cabeza?, ¿qué pensó?, ¿pensó en mí y en Ana?, esas dudas no me las puede resolver porque él ya no está aquí y me queman por dentro, me gustaría saberlo.

Intento no pensar mucho en ello, pero a veces ocurre, y ese día ando peor de ánimos.

El tiempo pasa, para todos, incluso para mí, sigo estando triste, pero me he incorporado al trabajo, hace que mi cabeza esté ocupada y no piense tanto en lo desgraciada que soy. El verano ha pasado, con mucha pena y sin gloria, Ana ha comenzado el colegio, está más contenta, animada, entusiasmada con los nuevos compañeros de clase, que la mayoría son desconocidos, tan sólo han coincidido dos niñas de su antigua guardería. Le gusta mucho su nuevo cole, como lo llama ella, su profesora y sus amiguitos de clase. Están aprendiendo mientras juegan, y eso le encanta.

Todos los días cuando la recojo parlotea de todo lo que hace y por vez primera desde hace unos meses la veo contenta. Sus ojos ya no reflejan tristeza, supongo que los niños viven el presente, no recuerdan el pasado y no piensan en el futuro. Me gustaría que me ocurriera a mí, de alguna manera la envidio.

El día a día se convierte en meses, en años, ya han pasado 10 años de su muerte, sigo teniéndolo presente en todo, no he podido olvidar ni rehacer mi vida con otro hombre, he tenido algún encuentro o cita a ciegas con amigos de amigos, pero ha sido inútil, no estaré preparada nunca para meter otra persona en mi vida, ese espacio en mi corazón todavía tiene dueño.

Veo a mis amigas con sus maridos, sus ex maridos y sus nuevas parejas, pero ninguna tiene una lacra como yo, un corazón herido que no cicatriza nunca. Me arrancaron un trozo de mi vida y no podré sustituirlo jamás.

Pero mi vida es mejor, Ana y yo nos hemos ido a vivir a otra casa, vendimos aquella casa que compramos Simón y yo y hemos comprado un apartamento cerca de mis padres. Ella ocupa mi vida, es una adolescente feliz, enfrascada en sus problemas de instituto y chicos. Hacemos una vida sencilla, familiar y ordenada.

Recapacito y encuentro que después de todo tengo suerte y tengo que seguir viviendo, por Ana y por mí misma.


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