Demetrio Berros, artista. Exégesis en verso libre.
Aquí les traigo la historia del buen hijo del mulero
que de ser un desgraciado pasó a ser pintor puntero.
Cansado ya de las mulas y de coger excrementos
se fue el muchacho del pueblo buscando nuevos sustentos.
Trabajó de camarero en el Gran Café Marsella
y pronto, por su talento, llegó a ser famosa estrella.
Pintaba buenos retratos, como los grandes artistas,
y en las Ramblas los vendía a buen precio a los turistas.
Se codeó por prestigio con toda la gente mona
que después de muerto Franco andaba por Barcelona.
Como su nombre, Demetrio, no era del todo elegante
se lo cambió con gran prisa y pasó a llamarse Dante.
Entregado al trasnoche, al desbarre, a la bebida
vivió pronto el regocijo de pasarse a la gran vida.
Abandonó su prodigio de pintor naturalista
en pos de nuevas tendencias de vanguardia nunca vista.
Por su fama de pintor se topó con un galeno
que lo pudo jubilar y darle un futuro bueno.
El pincel abandonó y el óleo y el caballete
y la carrera de artista la tiró por el retrete.
¡Qué bien agarrado estaba a la ubre del sistema,
el mismo que años atrás era para él anatema!
Y con mil y una historias, para hacer una novela,
acabó el buen Demetrio en su casa de Aldehuela.
En el pueblo a sus vecinos quiere mostrar su creación
y ya espera que la acojan todos con gran devoción.
Entra de pronto en la Sala tío Antonio Chirimías
y con pocos comentarios le quita las tonterías.
Le pregunta así el buen hombre con curiosidad morbosa
que qué quiere reflejar en obra tan misteriosa.
Que no hay hombres, ni mujeres; sólo líneas, manchurrones
que si a eso llaman arte lo cuelguen de sus cojones.
Pinto lo que pienso dice, con intención el artista,
y le contesta tío Antonio, siempre con tono bromista:
Pues la pena es que antes de ponerte tú a pintar
no dediques un momento para ponerte a pensar.
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