Otra vez. Otra pelea. Pero esta vez no me quedé sentado, no cerré mi ventana intentando alejarme y mirar hacia otro lado, así que sin pensarlo dos veces me acerqué a ellos.
-¡Deja de gritar de una vez! ¿A caso no te das cuenta que esta discusión no os va a llevar a ninguna parte? No deberías pretender imponer tu forma de ser a la de nadie, ¿no te das cuenta que no sirve de nada? avergüenzas y atormentas sólo por ser diferente, sientes que te pertenece y no es así.
Incrédulo me miró sin saber cómo reaccionar, si pegarme un puñetazo o gritar pidiendo ayuda. Jamás había visto a nadie entrometerse en una discusión ajena, no es algo común, es un asunto entre ellos ¿qué hacía yo ahí? diciéndole lo que debía o no hacer. Me relajé un poco, pero aun así continué.
-No importa su forma o talla, si te gusta o no te gusta, si encajáis a la perfección o no. Son zapatos, y como tales, siguen su instinto. Si no se dirigen al lugar al que tú deseas, desátalos, camina descalzo, libre, deja que se marchen y busquen otros pies que los guíen. No se puede obligar a nada ni a nadie a tomar un camino que no es el suyo, lo único que conseguirás es haceros daño. Si sigues por tu sendero encontrarás muchos más deambulando en la misma trayectoria y, quién sabe, si eres amable y te comportas como es debido, puede que encuentres algunos con quién compartir el viaje; si no es así, caminarás solo.
Cuando me quise dar cuenta estaba recitando las palabras que me repetía día tras día, noche tras noche ¿en realidad quería ayudarles o sólo me estaba desahogando? Así que allí se quedaron. No estoy seguro si tristes o arrepentidos, de lo que estoy convencido es que seguirá atándose los cordones cada vez más y más fuerte hasta que termine destrozándolos.
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