Poseeré la Luna (IV)

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Quiso la casualidad que coincidieran a la hora de pasar por caja. Dispuesta a retroceder para no coincidir, advirtió que tras ella ya se encontraba alguien esperando. Miró, resignada, hacia delante. El recogía la compra ayudado por sus hijos mientras la cajera seguía pasando artículos. Fue entonces cuando el juez se fijó en ella, como intentando recordar de qué conocía a aquella mujer. Ella sonrió, pensando que ya la habría reconocido. Sin embargo, él no dijo nada. Siguió recogiendo y pagó, marchándose a continuación seguido por sus alborotadores críos, aquellos a los que no quiso advertir. A pesar de tener razón eran sus hijos, y eso es lo mas sagrado para un padre. Sin embargo, por la mente del juez circulaban otros pensamientos. Había gustado a aquella chica, la litigante. Tal vez, solo tal vez, si fallara...

En los días siguientes retomaría la causa. Otros pleitos previos, igualmente aplazados, le impidieron hacerse cargo en exclusiva de este. No había problema porque ordenó el aplazamiento para dentro de quince días, tiempo suficiente para resolver aquellos. Vistas y más vistas, dictados de sentencias y, al fin, dedicación de nuevo al caso de la Luna. Revisará los legajos 3, 4 y, 5 y final, empleando tres o cuatro días en verlo. Le quedarían, entonces, dos días más para la redacción de la sentencia. Justo a tiempo.

En su momento, con la observancia de los citados documentos, no aprecia ningún elemento que ocasione el fallo en contra de la demandante, lo cual le provoca una indescriptible emoción interior al verse con la posibilidad de convertirse en acreedor de favor, simple y justamente con la ley en la mano. La demandante lo desea fervientemente y él satisfará su pretensión sin incurrir en ninguna ilegalidad.

Los días transcurren sin mayor novedad. Ella regresa de su descanso con esperanzas. El tiempo que ha estado luchando la ha agotado sensiblemente y no piensa iniciar nuevas acciones para el caso de que lo desestimaran.

Esa mañana se ha arreglado convenientemente. Se ha maquillado para causar una buena impresión y, con cierto nerviosismo, se dirige hacia la sala. Espera que no se altere de nuevo la vista con aquella señora que no pudo contener la risa.

Se reanuda la sesión aplazada. Al juez lo ve muy serio y esto la intranquiliza. Tal vez el resultado sea adverso. Echa una mirada a la sala. Recuerda muy bien a aquella mujer y no la ve por allí. Bueno, al menos espera que nadie más reaccione como ella tan solo por recordar la escena. Pero la seriedad impera en la sala. El juez pregunta a las partes si tienen alguna otra observación o alegación que plantear y, ante la negativa, procede a la lectura de sus conclusiones.

Ella escucha atentamente. No entiende muy bien los recursos jurídicos que menciona el juez, aunque sí parece quedarle claro que falla a su favor. ¿Será posible que pueda, al fin, conseguir su preciada Luna? La sentencia no deja lugar a dudas y, tras el martillazo de rigor, ella sonríe a su abogado y, a continuación, al juez. Este la mira un solo momento, con esa mirada penetrante que, pretende, cause alguna sensación en ella. El público se retira de la sala y ella se acerca al juez para agradecerle su veredicto, tendiéndole ambas manos. Él ya ha visto reacciones similares en algunos otros litigantes, por lo que no le sorprende demasiado. Toma sus manos, percibe su suavidad, su calidez, y le sonríe.

- ¿Qué va a hacer, ahora que ya es, oficialmente, dueña de la Luna? Espero que no se le ocurra cobrar por disfrutar de sus incomparables vistas...

- No, por Dios- contesta, mientras ríe nerviosamente – Su titularidad me será productiva a medida que las visitas al satélite se vayan haciendo cada vez más habituales, lo cual espero que no se retrase demasiado ¿entiende?

- Ya. Posiblemente negocie usted con la NASA. Esto le reportará pingües beneficios... Quiero que sepa que mi decisión ha sido plenamente legal. Puede tener completa seguridad de que... nadie, le disputará nunca ese derecho.

- Agradezco su sinceridad y su laborioso trabajo para dilucidar el asunto. Y me gustaría poder compensar ese esfuerzo de algún modo... pero no me malinterprete- corrige rápidamente viendo su atrevimiento.

El juez queda pensativo unos segundos, reaccionando de forma inmediata.

- Está bien. ¿Aceptaría ser mi acompañante a una representación de ópera? ¿Le gusta el género?


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