EL AZAR DEL MAR 1

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Ahí estaban en la orilla del mar. Embarcándose en un azar que solo podía ser solucionado por el devenir del agua salada en sus secas ropas. Un barco Lanzado por la fuerza de un brazo invisible, y posado sobre el agua por una inclemencia solo perceptible por los ciudadanos del efímero navío.

El suelo del barco aun seco.

Su capitán: un pequeño hombre con rostro inquebrantable e inmóvil, que se posaba en la proa con la mirada fija en el horizonte.

Sin ninguna clase de instrumentos guiaba el barco con la simple sospecha de su mirada y con su mano erguida hacia el sol que se posaba sobre sus ojos. Con su pie izquierdo elevado apoyado en una caja de madera y su pie derecho posado sobre la existencia a la deriva.

De vez en ola posaba la mirada en su tripulación y con un gesto inundado por la resolana, ordenaba el cambio de dirección, el escape del barco a las ballenas, el giro del barco en dirección adversa al sol y en ocasiones solo pedía un vaso con agua para refrescar su garganta de madera. No había tal vaso de agua.

El seguía seco, sin humedad en sus ropas. Solo una lágrima que bajaba por su rostro, se deslizaba por su cuello y caía en un clavado majestuoso, hacia las profundas aguas del mar. No había agua de mar.

Sus preguntas: ¿cuál es nuestro destino? ¿Cuándo llegaremos? ¿Por qué los peces son tan grandes? ¿Por qué las olas nos sumergen y aun así, no nos mojamos? ¿Por qué soy capitán? ¿Quién nos espera en la orilla? ¿Cuál es nuestra misión?

Su piloto: un hombre regordete que se encontraba guiado por el azar del capitán dentro de la cabina.

Vestido de blanco posaba su mirada pesarosa en la espalda del capitán, guiaba el timón del navío y por ende su rumbo, con el devenir del brazo de su jefe. Cuando el brazo del hombre señalaba al sur, él daba la espalda al norte. Cuando el pequeño hombre señalaba el sol, el barco le daba la espalda a la luna. Así se condesaba su vida dentro del barco

Su mano izquierda adherida al timón con pegamento, sus pies clavados al suelo con pequeñas tachuelas amarillentas por la humedad, su brazo derecho sostenía un vaso de cerveza ya vaciado por los años, y su mirada era avivada por el sol que acrecentaba en su interior la tristeza de la inmovilidad.

El seguía seco, sin humedad en sus ropas. Solo una lagrima que se deslizaba desde sus inertes ojos y caía en un clavado de esperanza hacia el vaso malditamente seco, que mentía a los observadores con un papelito amarillo pegado por fuera, que imitaba un contenido líquido en su interior. La lagrima caía y moría evaporada a los poco segundos.

Sus preguntas: ¿cuál es nuestro destino? ¿Cuándo llegaremos? ¿Por qué los peces son tan grandes? ¿Por qué las olas nos sumergen y aun así, no nos mojamos? ¿Por qué soy piloto? ¿Por qué él es capitán? ¿Quién nos espera en la orilla? ¿Cuál es nuestra misión?

El capitán y el piloto estaban secos, sin humedad en sus ropas.

Su jefe de maquinas: una tierna mujer que se podía divisar desde afuera del barco, por una ventanita que penetraba en su intimidad laboral.

Condenada al oficio de maniobrar los diferentes mecanismos que daban funcionamiento al barco. Con sus cortas manos aferradas al volante de una válvula daba giros repetitivos de izquierda a derecha y de derecha a izquierda, según lo acordara con el capitán y el piloto que se enmudecían al ver la soledad dentro del caballo de mar.

Ella seguía seca, sin humedad en sus ropas. La única muestra de vida de aquella mujer, era una lágrima que se deslizaba por su rostro y caía en un clavado de esperanza por la ventana que daba al mar. La desgraciada lágrima se estrellaba contra el cristal y moría en la sed de sal.

Sus preguntas: ¿cuál es nuestro destino? ¿Cuándo llegaremos? ¿Por qué los peces son tan grandes? ¿Por qué las olas nos sumergen y aun así, no nos mojamos? ¿Por qué soy maquinista? ¿Por qué él es piloto? ¿Por qué él es capitán? ¿Quién nos espera en la orilla? ¿Cuál es nuestra misión?

 


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