Coitus interruptus

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Era una tarde de verano. Saboreaba tranquilo y sin prisa una jarra fría de cerveza en la terraza del bar de la piscina mientras miraba a mi alrededor. Inevitablemente mi vista se quedó fija en el césped, a unos veinte metros, donde acababa de incorporarse la dueña del cuerpo más excitante y hermoso que habían visto mis ojos en mucho tiempo…Estaba de espaldas a mi y yo casi boquiabierto contemplaba con desorbitados ojos un excitante y redondo culo respingón apenas tapado por la pequeña braguita de un biquini amarillo que hacía resaltar su piel dorada por el sol de Agosto. Unas piernas largas, tan largas como el cuerpo y una melena áurea como la mies que caía ondulada hasta su marcada cintura la convertían en una auténtica escultural modelo de revista…

Enseguida comprendí lo del sexto sentido de las mujeres: No tuve la menor duda de que notó la caricia de mis ojos y hasta la de mis manos cuando se giró despacio llevando su mirada directamente a la mía. Una levísima y discreta sonrisa se dibujó en sus labios tal vez agradeciendo la caricia o puede que llamándome a la lujuria…al mismo tiempo que mis ojos bizqueaban y contemplaban despacio sus hermosos, turgentes y semitapados senos antes de descender hasta quedar capturados en su monte de venus.

Desapareció contoneando el paso, camino del vestuario y yo quede “defraudado” por lo breve de la caricia que se habían llevado mis pupilas. Aún estaba a mitad mi jarra cuando la vi salir del vestuario con un ceñido short y una camisa blanca anudada justo por encima del ombligo y abrochados lo botones imprescindibles para tapar lo pudorosamente correcto de sus pechos.

Caminaba hacia el bar con el paso firme y seguro de quien sabe a donde va. Al pasar junto a mi mesa, con una discreta sonrisa, me preguntó:

--¿Nos conocemos?

--Aun no.—fue mi respuesta—pero estaré encantado de conocerte y si me lo permites de invitarte a una cerveza.—

--Por lo que leo en tu camiseta te llamas Ángel--

Efectivamente. Yo llevaba puesta una camiseta blanca en la que se leía con claridad: ”Te guste o no, Soy un Ángel” –¿Es provocadora verdad?—

--Un poco, sí, pero a mi me parece simpática…--

--¿Entonces puedo invitarte a una caña?—

Con una amplia sonrisa aceptó la invitación.—Yo me llamo Yohanna, estoy aquí de vacaciones con unos parientes que hoy han preferido la siesta a un buen baño en la piscina---

Con la escusa de enseñarle una maravillosa puesta de sol desde un privilegiado lugar del pueblo que yo conocía bien aceptó el corto paseo que, obligados por la hora habíamos de hacer en coche. La despejada tarde con ausencia de brumas, y algunos cirros en el horizonte nos premió con un atardecer de película de cine, tan solo superado en belleza por el cuerpo de Yohanna.

Nuestras manos se encontraron mientras el Sol caía en el bajo horizonte, como consecuencia nuestros cuerpos se acercaban hasta pegarse costado con costado con los brazos cogiendo la cintura de al lado.

Apenas se ocultó el sol cuando puse un suave beso en su cuello y le susurré al oído:

--Junto a la carretera, de regreso, hay un lugar discreto donde podemos disfrutar un buen rato.—

--Pues vamos a verlo—me dijo con la sensualidad dibujada en sus ojos.

Subimos al coche, mientras conducía, su mano no tardó en posarse sobre mi pierna e ir avanzando hasta la bragueta. Suerte que el sitio estaba tan cerca que no tuvo tiempo para más.

Llegamos, coloqué el monovolumen entre dos árboles frondosos y entre besos y caricias pude colocar una manta que nos ocultaba de la vista del parabrisas y ventanas delanteras. Las demás estaban tintadas. Buscando más comodidad, interrumpimos los besos y carantoñas para echar los respaldos y convertir los asientos traseros en algo parecido a una cama. Las desabrochadas ropas iban saliendo de nuestros cuerpos desparramadas por los rincones del coche, los abrazos se hacían más cortos para dar paso a chupetones, dulces mordiscos en los pechos, cuello, manos y cuanto se ponía al alcance de la boca. Sudorosos y encendidos como un volcán buscábamos los genitales respectivos que tampoco pasaron inadvertidos a los “mordiscos” lengüetazos y besos. El deseo y el desenfreno nos hacían jadear placenteros y dudosos entre prolongar las caricias y estímulos o buscar el tan anhelado clímax.

Cuando decidimos llevar a cabo la tan deseada penetración, nuestros sexos estaban tan mojados que se acoplaron con infinita facilidad y los gemidos de placer subieron de tono tanto que debían escucharse desde fuera.

En esto estábamos cuando unos golpes en la carrocería nos sobresaltaron haciendo dar un soberbio respingo a nuestros corazones:

--Policía, Salgan de ahí. Identifíquense---

Nos quedamos mudos, acongojados, aterrados por el miedo. A través de las tintadas lunas pudimos ver los uniformes y el coche patrulla y volvíamos a escuchar los golpes y las voces:

--Policía, Salgan de ahí. Identifíquense. Deprisa!---

Como pude me puse los pantalones, pasé a la parte delantera y a través de la ventana del conductor me dejé ver y pregunté asombrado:

--¿Pero que pasa? ¡Nosotros no hemos nada!—

--Documentación por favor! –me pidió con un tono seco.

Le mostré el permiso de conducir y le dejé la documentación del coche. El agente se la llevó al coche patrulla y tras una breve comprobación regresó con los papeles:

--Disculpe pero hemos recibido una denuncia de un atraco a una gasolinera y en la descripción aparecía un coche como este. Lo siento mucho. Pueden continuar….

---Y una mierda!! –estuve a punto de decir. Para “continuar” estábamos nosotros después de semejante susto…

Impotentes, molestos y cabreados terminamos de vestirnos y en un silencio solamente roto por algún jaspeo del tipo: “Su puta madre…” y cosas así regresamos a casa tan descentrados que nos olvidamos de concertar una nueva cita.

Varias veces volví por la piscina pero ya no encontré a la más hermosa de las mujeres a quien, tras haber tenido entre mis brazos no pude hacer nada más que un calentón.


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