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Prefería seguir paseando, entre las olas de aquel verde mar de tilos y liquidámbares, respirando el aterciopelado aroma que desprendían los joviales trinos de los jilgueros despreocupados, jugando a perseguir con las pupilas, las piruetas de los cantos rodados sobre el espejo de la laguna.
Lo rogó una vez, y otra más, y mil veces, y otra más; mas no halló respuesta a sus súplicas, ni señales, ni milagros. Dios permanecía insensible a sus reclamos desesperados. Aquella cama...su jardín. Su imaginación, el paraíso sempiterno.
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