Sabía que era casada y eso me excitaba más. Le hundía con fuerza mi verga entre las nalgas, hasta lo más profundo de su sexo y ella no podía contener los gemidos.
Estábamos frente al espejo de aquel baño público. Ella con las panties a las alturas de las rodillas, la falda subida hasta la cintura, las tetas asomándose entre la blusa entreabierta y solo parcialmente contenidas por el brassier.
Yo con el pantalón y el interior a media pierna, jalaba su cabellera y le daba nalgadas disfrutando del espectáculo de su culo en primer plano, sus tetas y su boca que casi pegaba al espejo y que con cada gemido llenaba del vapor de su aliento.
Le decía cosas sucias para encender su morbo, pues si bien era muy decente y respetada, antes descubrí que su mente era morbosa y ansiaba un poco de aventura. Así que le susurraba sin rubor cosas al oído como:
- ¿Te gusta mi verga dura? ¿Te gusta como te coge?
- ¡Sí! ¡Sí, me encanta!
- ¿Así te coge tu marido?
- No, sólo tú. ¡Tú me coges más rico! ¡Aaaggh este es el guebo que me gusta!
- ¿Por qué?
- Uffff por lo duro, lo grande... me entra hasta el fondo....
Sus palabras me excitaban y me inspiraban para darle más duro, más rápido...
- Deberías decirle a tu marido de nosotros y dejarlo, le dije
Y su respuesta me dejó frío.
- Ya lo hice. Debe venir en camino. Debe estar por llegar.
Y se oyó el abrir de la puerta principal.
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