La puerta de la Armonía
Por Brendan Spleiter
Enviado el 06/12/2012, clasificado en Drama
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Pocos pueden decir cómo está Pedro, a veces saben dónde, pero nada más.
Pedro estuvo más de 25 años viviendo en el mundo en el que nació. No era feliz allí, pero lo conocía. Tenía enemigos, pero los controlaba. Recordaba lugares y personas, sí, pero no siempre para bien.
A Pedro no le gustaba ese mundo. Siempre necesitaba algo... no sabia el qué, pero se notaba vacío. Su personalidad era merecedora de ese mundo, era hipócrita, cobarde, impulsivo, egoista, era un ser humano como otro cualquiera. Sus actos correspondían a esa estructura. Sólo su conciencia era capaz de avisarle de sus errores, pues las consecuencias de los mismos pocas veces eran proporcionales al daño producido. Esa conciencia que conseguía atormentarle más que cualquier otra cosa, esa conciencia que le hacía llorar a veces. Pedro nunca entendió qué quería su conciencia, pero estaba presente siempre, conciencia, conciencia, conciencia, conciencia, conciencia.
Su conciencia tampoco era limpia, surgía de su egoismo, quería proteger sus actos, haciendo que su lamento y sufrimiento pusiera en un segundo plano a los perjudicados por sus actuaciones. No era de extrañar, su conciencia partía de él, era él. O, quizás, había podido domesticarla. Da igual, Pedro seguía podrido.
En su mundo todo tenía precio, nada era gratis. Tener el lujo de estar podrido no podía quedar sin factura. Su mundo se lo recompensaba con dolor e infelicidad. Seguramente por eso no era feliz allí. Seguramente por eso tenía ganas de huir. Seguramente por eso no encontraba inicios de frase que no comenzaran por "seguramente por eso". Sus límites eran evidentes.
No todo estaba perdido, pensó cuando se le abrió la puerta de un nuevo mundo...casa...paraiso...no se sabe, pero cruzarla le podía hacer olvidar las sensaciones sentidas hasta ese momento. Era un mundo...algo que se basaba en reglas nuevas, desconocidas para él.
Los primeros paseos por los caminos acolchados fueron su salvación. Su mente se abría a nuevos conocimientos mientras sus sentimientos se fundían con el hermoso exterior. Era un hombre nuevo, no tenía alas, ni falta que hacía, no podía volar pero, para qué, si ya había llegado al cielo.
Sus actos variaron, ya no era miserable, ya no era seco ni malhumorado. Comenzó a pensar que en ese mundo sí sería feliz, que el mundo anterior era el que le corroía. ¿Cómo no ser un hipócrita si aprendió que es mejor embaucar que hablar claro? ¿Cómo no ser un cobarde si había visto amigos sufrir por atreverse a destacar? ¿Cómo no ser impulsivo si reflexionar sólo servía para perder el turno? ¿Cómo no ser egoista, si no le habían enseñado a amar?. Tuvo una sensación de alivio, su conciencia quedó tranquila, ya no la escuchaba, ya no había errores de los que alertar. Pedro era una buena persona, ¿cambió?, no parecía eso, todo indicaba que por fin surgió su verdadero ser.
Es increible cómo con sólo cruzar una puerta Pedro pudo cambiar tanto su vida. Es increible. Es increible.
Durante cinco largos años Pedro se formó a sí mismo, gracias a su entorno favorable. Su paz interior hizo que todo lo que tocaba se convirtiera en prosperidad. La vida le sonreía y él sonreía a la vida. Estaba satisfecho por todo lo que había conseguido. Porque él lo había conseguido, él se merecía esa felicidad y él era el artífice de la idea de cruzar la puerta... llamémosla... de la armonía.
Él.
Poco a poco, esa vida nueva, perfecta, comenzó a variar. Bueno, a variar comenzó Pedro. Bueno, a variar tampoco... digamos que su personalidad, la nueva, no era lo que parecía. Digamos que el cambio de circunstancias adormecieron sus antiguas cualidades. Esas cualidades tan comunes en su anterior mundo.
Durante el año posterior, el verdadero Pedro, el de toda la vida, introdujo grandes dosis de incoherencia y maldad en su nuevo hogar. Su conciencia, dormida durante años, despertó malhumorada, tardó en limpiarse las legañas y en desayunar pero, cuando estuvo preparada, se dispuso a infringir serio daño al cerebro de Pedro. Por su parte, el entorno de su nuevo -aunque ya no era tan nuevo- mundo se mostró hostil hacia él. No cabía ese comportamiento, no se entendía por qué. Qué era lo que le inducía a actuar así, cuando a su alrededor sólo podía encontrar generosidad y equilibrio. ¿Es que acaso Pedro era mala persona? ¿Acaso se confundieron al abrir la puerta de la armonía a la persona equivocada?
Sí, se confundieron. Era evidente que Pedro no merecía vivir allí y se le castigó con dureza. Tanta que él mismo, en medio de indescriptibles sufrimientos, comenzó a sentir necesidad de volver a su mundo originario, aquel donde su inferioridad estaba camuflada, al ser habitual entre los de su especie.
Definitivamente, cayó mentalmente derrotado, y quiso volver a su mundo, no por valentía, sino casi por expulsión, a buen seguro provocada.
Buscó la puerta... no la encontró. Buscó la puerta... no la encontró. Buscó la puerta... y sólo vio mar.
Preguntó a un marino, que acababa de regresar a tierra, después de pescar. No sé qué llevaba en una cesta, supongo que bacalao, pero es una suposición que no se basa en ningún tipo de prueba, con lo cual seguramente no llevara eso. Volvamos al tema, preguntó al marino si le sonaba que estuviera por allí una puerta, la puerta de la armonía. El marino soltó una carcajada. Amigo, le dijo, la puerta de la armonía sólo sirve para entrar a este paraiso, para salir de aquí puedes usar el puerto de la desidia. Aunque no entiendo qué razones te pueden llevar a ello.
Pedro no quiso responder, ¿por vergüenza? puede ser, aunque ya le tocaría rendir cuentas, ya tendría tiempo de explicar por qué desaprovechó la oportunidad que se le brindó.
Aun así, como hombre que lo sabe todo, el marino le dijo a Pedro que no se hiciera ilusiones, no hay barcos que vayan a donde tú quieres ir, tendrás que nadar, y mucho, para poder llegar a tu destino.
A Pedro le entró un escalofrío, pero sólo la agonía que le suponía estar en un lugar en el que no encajaba le hizo saltar al agua y nadar, nadar, nadar, hasta perder de vista cualquier vestigio de tierra.
Allí, en medio del océano, cansado y asustado, pensaba en qué hacer, seguir avanzando y volver al mundo horrible que le vio nacer y del que huyó en su día o dar media vuelta e intentar rogar clemencia para que le dejaran estar en ese paraiso del que venía, sabiendo que era difícil que le dejaran entrar otra vez y que, aunque le dejaran, tampoco querría permanecer en él mucho tiempo.
Y comenzó a nadar, con ganas de descansar pero sin ganas de llegar a ningún sitio. Esperando poner pie en tierra, aunque con miedo de lo que se pudiera encontrar allí.
Pedro todavía no ha llegado, todavía le quedan unos días en la deriva, sin corrientes que le alivien, sólo agua y un poco de esperanza.
Más relatos y cuentos absurdos y desagradables en el blog "Escribiendo para no Pensar":
http://writingnottothink.blogspot.com/
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