Acto primero
Hoy he mirado durante horas un pájaro posado en una rama, justo delante de la ventana que da de mi mundo al infierno. Era realmente hermoso... me miró, y sonreí pensando que quizás habría un vínculo entre aquel ave y yo. Ella, como yo, es repudiada por los que tendrían que amarla .Era un cuervo. Era tan hermoso que, aunque todos dicen que es un animal que solo trae desgracia, a mi me fascinó.
Estaba cubierto de un negro muy brillante, casi no se podían ver las plumas por separado, eran finas y hermosas. Seguí mirándolo y observe sus ojos, eran penetrantes, negros también, aunque eran de un negro muy distinto, un negro que casi parecía que podía tocar y sentir en mi piel, me absorbió durante mucho tiempo, horas se convirtieron en apenas un par de paseos de su árbol a un cable de la luz cercano. Lo unico mas bello que aquel negro tan delicado que acariciaba todo su cuerpo era la suavidad con que volaba, como si pudiese controlar cada pluma en favor del movimiento más preciso y posarse sutilmente en lo que para otros sería un suicidio.
Sonó la puerta y me giré para atender a la llamada. Solo era mi madre, una vez más quería que la ayudase en alguna tarea. Bajé todos los escalones de la escalera que unía mi pequeño santuario de ruido y silencio conla estancia en la que soliamos comer y cocinar. Mi padre me dijo que cortase cebolla sin pronunciar un solo sonido, únicamente apuntó con el cuchillo a su pecho y estiró su brazo ofreciéndome un trabajo forzoso. Tomé el cuchillo, pude notar el calor que aún desprendía de las manos del que era mi padre, lo aprete sin pensar en lo poco que me gustaba sentir esa asquerosa sensación y tomé la cebolla que él estaba cortando poniéndola con su cabeza a mi derecha. Me pareció muy bella la manera de crecer lo que sería su cuerpo, sus entrañas, su vida. Y pasé el cuchillo con un movimiento rápido para cortar esa malformada belleza. Todas las heridas que habían hecho mella en su liquida carne, ya no serían más que despojos tratados como el sacrificio a un dios que miraba cual cruel espectador de mi castigo en vida.. Retiré las capas muertas de la cebolla y una vez que las dejé acompañar a su cabeza.
Sentí y disfruté con cada mínima explosión de las burbujas de ácido que contenía ese amortecido ser con cada pasada de la hoja por su carne viva. Finalmente terminé de diseccionar aquella pequeña obra de arte y separando cada parte de cada loncha le di a mi madre los anillos desmembrados. Los dejó caer en la olla en su debido momento y la tapó sin dejar que escapase ni una gota de vida de aquella prisión de metal ardiente.
Cuando ya había cumplido mi cometido en la cocina, volví, pero mi amigo ya no estaba. Quizás había ido a cazar algún animal, o también podría ser que se estuviese resguardando de una posible tormenta, la verdad es que el tiempo estaba bastante inestable aquellos días. Me tumbé en la cama boca arriba, con intención de salir de aquella prisión de carne y cerré los ojos.
Acto segundo
Con un ruido atronador me desperté, en ese preciso instante estaba en la mejor parte de la vida, ese mundo entre infierno y sueños. El ruido persistía, intenté ignorarlo y no volver a descender, persiste. Al fin, y después de quizás un segundo completo, abrí los ojos. Mis pupilas se ajustaron a la luz que había en ese momento en aquel habitáculo y me levanté para abrir la puerta ya que odiaba como nunca pude odiar nada el ruido en un mundo de paz. Abrí la puerta y vi la cara de mi madre, ella me observó y me dijo con voz tosca: ''Es hora de comer cielo, ven que hoy te he hecho estofado''. Sonrió mostrando sus perfectos dientes con una cara de asquerosa amabilidad; lo detestaba.
Bajé. Efectivamente había el mismo estofado que cada viernes a la misma hora, era insípido.
Estaba mordiendo una de las primeras patatas asadas pensando en lo insipidas que eran y escuche un ruído atronador, nada que ver con lo anterior, era familiar pero extraño. Mi cabeza se volvio hacia la ventana y vi el brillo de las cuchillas. Miré al suelo tras ver un movimiento rápido tan cerca de mi parpado que apenas fué esbozado en mi mirada, era mi querido amigo, había entrado por la ventana rompiendola, en ese momento me acerqué a ayudarlo y vi como dejaba de moverse, probablemente estaba muerto ''Al fin eres libre de tus negras alas'' pensé. Aún sin poder darme cuenta de lo que significaba de verdad la muerte de mi único amigo escuche otro sonido. Este era mas familiar y delicado, definitivamente eran dos hojas de cuchillos frotandose, al instante ese sonido desapareció y me giré. Mi padre había muerto acuchillado en el pecho por la que era mi madre hasta la muerte.
Acto tercero
Pude ver claramente el cuerpo de mi padre caer en el suelo inmovil, pude sentir la vibración creada por su cabeza al golpear el suelo. Un golpe seco en su cráneo. Y un bote de sangre se abrió camino en las blancas valdosas de la cocina. Miré a mi madre, y en ese momento vi un cuchillo hundiendose en su pecho, se había clavado el chuchillo que había utilizado primero el que era mi padre, y despues yo para cortar la cebolla. Aun puedo recordar el calor de las manos del ahora muerto en el cuchillo. Recuerdo como un hilo de sangre se hizo camino en forma de mancha en su blusa, odiaba esa horrible blusa blanca.
Me senté en mi silla y los miré en shock. Me mantuve estatico durante unos cuarenta minutos quitando la vista de los cuerpos de los que eran mis padres solo para humedecer mis ojos. Y corrí fuera de la casa, salí por la puerta dejando atrás todo, eso si que era el infierno.
Una nube tan basta que no dejaba pasar el sol cubría mi cabeza, era hermosa, delicada. Todos eran mi amigos, eran hermanos de mi amigo ahora muerto para liberarme. Los observé en medio de la calle mirando al cielo hasta ver un rayo de sol entre sus alas. Cuando esto paso desperte de mi sueño y miré alrededor, todo era puro caos, con un simple vistazo pude ver a muchos de mis vecinos cortándose el cuello y saltando de sus ventanas, algunos de ellos había llevado a cabo su muerte en un coche, todo estaba lleno de coches destruidos, inservibles ya en un mundo corriente. Aunque pensándolo bien no era un mundo corriente ahora.
Caminé por entre los coches y los cuerpos de mis vecinos y compañeros, mis amigos no dejaban de pasar por encima de mi cabeza ni un instante. Corrí para escapar de la mirada cálida de los cuerpos ya liberados, me seguían con sus ojos estáticos y muertos.
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