Acto cuarto
Paré en cuanto sobrepase todos los coches. Entré en una casa con las ventanas del piso inferior rotas, pasé sin hacer ruido aunque la verdad no tenía miedo de encontrarme con nadie ya que todos estaban ya libres muy lejos de mi. En el preciso instante en que me dejé caer en la cama, de los que por la decoración parecen los dueños de la casa, docenas, cientos, apostaría que miles de bellísimas y elegantes criaturas entraron en la habitación y se quedaron mirándome. Estaba en paz, yo no había hecho nada, solo había sido el espectador de uno de los muchos deseos de la naturaleza que nos rodeaban cada día.
Me acosté en la cama y puse mis brazos a cada lado de mi torso cerrando los ojos para ir a mi mundo de ensueño.
Desperté, ya era de noche y las farolas estaban encendidas. Era el único signo de que aquel sitio era el mismo pueblo en el que había envejecido desde hacía ya una vida. Miré a mi izquierda y vi a todos mis amigos mirándome con sus negros ojos. Caminé entre ellos y en cuanto salí de la habitación entraron por las ventanas incluso más de ellos clavando sus afiladas pupilas en mi alma. Me gustaba esa sensación, era la única vez que me sentía acompañado estando rodeado de vidas insignificantes. Abrí el armario y tomé un bote de mantequilla, conecte a la corriente la plancha que había en la encimera de la cocina y arrastre la mantequilla por su superficie, solo era mantequilla.
Miré a uno de los cuervos, era horrendo y amorfo. En cuanto pensé esto docenas de cuervos se lanzaron a por el y perforaron el cuerpo de su hermano con sus picos, en cuanto su amigo estaba agonizando arrancaron sus plumas y lo dejaron a la altura de mi mano encima de la encimera. Lo tomé con las manos desnudas, acaricié sus perfectas alas, recorrí su ensangrentado y hermoso cuerpo con las yemas de mis dedos y lo posé en la plancha ya caliente. Pude ver como aun vivo no quiso escapar y simplemente me miro con sus negros ojos. Separe su pico del resto de la comida y dejándolo en uno de los platos que estaban en la mesa fuí comiendolo despacio. Mis amigos seguían mirándome.
Acto quinto
Después de una vida feliz y cómoda me tumbe en la cama. Puse las manos en mi nuca, y una sonrisa en mis labios. Estaba feliz viendo como mis amigos seguían dejando las caricias de sus ojos en mi piel, y acercandose se posaron en la cama. Pude notar como se hundían las mantas. Y después de despojarme de mi carcel de tela acariciaron, por primera vez, mi espiritu dejandolo al fin libre.
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