Sonrisas blancas (Parte I)

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Soledad, soledad y soledad. La quiero, la amo más que a nada en el mundo, la necesito como el aire, como comer o el latido de mi corazón cada instante.

Así se llamaba mi enamorada, Soledad. Era una mujercita menuda de carnes pero llena de corazón. Era pequeña en apariencia pero sus ansias de conocimiento nunca estaban satisfechas. Su interior era único, quizás el sol es lo que más se le parezca a esa forma tan bella de expresarse, de ser. Si la mirabas por mucho tiempo sin decir nada y se daba cuenta, siempre se daba cuenta, te miraba ella hasta que, en mi caso, sonreía y me daba uno de aquellos besos tan suaves en la mejilla riendo, la añoro. Añoro aquellos besos, aquellas risas, la añoro.

Un ser libre como ella no podía ser coartado, siempre quiso volar más allá de lo que todos veíamos. Nunca pude ver la belleza como ella la veía, la sentía, la escuchaba, nunca fuí tan libre como ella.

Perdonad por una descripción tan abstracta, nunca la conocisteis así que supongo que querréis algo más tangible y concreto, pobres.

Su altura era poca como ya dije, quizás un metro con... sesenta centímetros, más o menos, dejémoslo en esa cifra. Su pelo era brillante y sedoso cuando lo columpiaba el viento, era liso y el color quizás era castaño, moreno o quizás fuese rubia. Fuese como fuera su pelo aunque hermoso no era nada comparado con sus ojos. Me volvían loco, unos pequeños ojos color café, me deshacía cada vez que me miraba con esa expresión de inocencia picarona. Su sonrisa, como sus finos labios me abrazaban sin tocarme. La añoro.

Y la añoro por una razón bien simple. Porque no esta. ‘’Eso es evidente’’ pensaréis  ‘’¿Qué crees que somos tontos? Todo el rato hablando de esa chica y resulta que no es nadie ahora’’ diréis otros. Pero estaríais pecando de como quiera que se llame insultar al amor de cualquier persona honesta que lo admita. La amaba. Así es, y ya no esta por culpa de esa rata.Os contaré que hizo para pasar de ser un chico normal y corriente a una sucia rata:

Él era guapo aunque tampoco destacaba de una forma muy llamativa entre los demás. Tenía una actitud graciosa y amable hasta que conoció a un grupo de chicos, parecían de nuestra edad, pero la verdad era que tenían ciertos rasgos diferentes; Vestían de chándal siempre ‘’por si la policía los perseguía como siempre’’; hablaban con una jerga muy concreta y cerrada; preferían pelearse con cualquiera antes de que los viesen ayudar a una persona mayor a cruzar o cualquier acto de buena fe, difícil que los viesen si nunca los hacían.

Llamemoslo ‘’Q’’. Él estaba fascinado por aquellas personas, durante bastante tiempo los dos salimos con ellos por la noche, y después de beber hasta que la mitad vomitaban siempre corríamos a hacer alguna de las suyas. Unos días era romper una papelera, otros quemar un contenedor y tirarlo cuesta abajo.

Me cansé de ese tipo de cosas ya que nunca me habían caído bien esas personas y peor me caían cuando hacían eso, solo salía con ellos por Q. Se lo dije todo, después de tanto tiempo siendo amigos seguro que lo comprendería. Y efectivamente así fué, comprendió, palabras textuales, lo siguiente: “Eres un rajado de mierda lo que te pasa es que no tienes huevos como ellos. Siempre igual tocandome las pelotas ¿Pues sabes qué? Que te den por culo imbecil largate de aquí”

Aunque esa noche lo perdí me hubiese dado igual, ya no era él, pero eso no fué todo lo que pasó aquella noche. El grupo de cerdos comandados por la rata se dirigieron a divertirse una noche más. Esta vez se encontraron con P, así llamaremos a la chica de la que os hablé. La asustaron llendo detrás de ella y después de varias manzanas cuando ella intentó correr por si querían hacerle daño, la agarraron y entre tantos cerdos como había en la cochiquera la forzaron a hacer cosas que a un ser libre, encantador y único como era P. La marcaría de por vida, a cualquiera lo haría.

La llevaron a una pequeña cabaña en el bosque que lindaba con la ciudad y allí pasó todo cuando se les pasó por la mente. Tanto les gustó que lo hicieron más de una vez... No sé si puedo seguir con esto. Hasta donde pueda os contaré su historia.

Esa noche arrancaron cada pluma de aquella bella ave. No había más que hacer, nunca sería la misma. Al día siguiente no la encontré en su portal como cada mañana para ir a clase. Como es normal pensé que estaría enferma o se habría quedado dormida y fuí a clase tranquilamente. Esto se repitió durante una semana y me preocupé de verdad. No contestaba a mis llamadas ni venía a clase. Después de perder a Q el único apoyo que tenía, la sonrisa que todos debemos regalar a la tierra, era ella. Después de la tercera hora de clase me fuí a su portal y llamé varias veces. Nadie respondía. Grité su nombre intentando que mi voz entrase por la ventana de su habitación. Nadie respondía. Después de casi una hora intentando que me abriese la puerta me fuí a la playa a esperar que pasasen las horas acostado en la arena fría, era enero ¿como se me ocurría ir a la playa?


Al día siguiente salí de casa como cualquier jueves pero no fuí a clase, pasé las seis horas sentado en la acera de delante de su casa y grité, y llamé al timbre, e hice todo cuanto se me ocurrió pero nadie respondía. Y cuando quedaban aún las dos horas de clase por la tarde fuí a la playa otra vez. Estaba agusto en aquella playa. Hacía frío aunque el sol me daba tanto en la cara que no me permitía dormir. Esa playa fue en el primer sitio que P me había besado la mejilla. Era como estar con ella, me sentía cerca, me sentía bien.


Después de que pasasen las dos horas fuí a su portal de nuevo e intenté todo, de nuevo. Nadie respondía. Me sentía impotente, siempre igual, las dudas se filtraban por cada intento de pensamiento positivo. Todo era negativo y me senté en el bordillo de la acera y lloré. Sentí un pequeño golpe en la cabeza y miré arriba, era ella, me había tirado una pequeña bola de papel.. Me señaló el portal y lo abrió.


Salté cada escalera a su casa como si no existieran, y secando las dos lágrimas que se habían tirado de, mis ahora contentos ojos, me puse frente a la puerta y llamé al timbre. Ahora si había respuesta. Me abrió ella y la miré bien. Ahora la que estaba llorando era ella. Me tomó de la mano y apenas la había sentido cuando la soltó y me llevó a su habitación sin decir ni una palabra, solo caminaba detrás de ella. Me senté en la cama y la miré.


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