Allí permanecí escuchando la sinfonía que intentaba embriagarme con su sibilina dulzura, era bien difícil mantenerse recto en el camino de piedras y bulbos secos. Podía ver donde mis pies pisaban, pero no mucho mas allá de lo que mi conocimiento podía aprender. Me mantuve en el mismo camino dando tumbos mientras bailaba con los árboles cada estrofa que el sumo compositor había creado solo para mi, y exclusivamente para ese instante de desconocimiento.
Alcé la vista por encima de mípropiopara alcanzar a entender porque caminaba sin poder parar, sin dejar de cansar mis ya lapidados ojos. Paró el momento un suspiro, y vi que no andaban más que todo menos yo. Me dormí en la quietud del camino sin temor a nada quitandome de mi vista por el bien.
A la marea de piedra siguiente volví a ver donde permanecían aún parados mis pies temblorosos, sin llegar a dilucidar una razón lo suficientemente aterradora para quitarme el mando de mí propio y poner a temblar, miré atrás, y vi todo cuanto se vió antes dando la espalda al roce de la piedra. Seguí admirando las criaturas que rodeaban lo olvidado, y pude dejar esta vez de temblar sin quererlo, para temblar sabiendo lo que significaba cada rastro de piedra en la carne de cenizas. Después de vidas sufriendo y deleitandome con las maravillosas bestias y brazos abiertos que acariciaban mi rostro privandome de todo aire, di un paso hacia atrás mostrando mi rostro sin marcas pétreas.
Todo cuanto ser podía ver paró su empuje y esperaron mis latidos para alimentarse.
No podía dejar de sentir las caricias de las lenguas de piedra en mis tobillos, así que caminé contra el desierto que, rodeado de agua, me habría drenado cada gramo de vida. Saqué finalmente mis pies de la arena, dejando ver cada hueso que componía mis piernas y pies, tan suavemente blanco como el marfil de las bestias que me rodeaban.
Mis oídos ya no tenían árboles con los que bailar, todos se acostaban al mirarlos con deseo. Solo, caminé hasta estar frente a las bestias y me abrí camino entre todas ellas viendo sus padres, sus hijos, el abuelo desconocido y el amigo que partió. Pasaban desde mi espalda vidas sin camino, moviendo sus cabezas a destiempo para comerse entre ellas hasta que no quedase mas que un recuerdo que se llevaría la marea de arena con su avance sin principio ni fin.
Caminé sin caricias de piedra hasta que mis huesos quebraron y pude rozarlos con la yema de mis uñas desnudas, miré mis piernas y seguí caminando sintiendo como la tierra limpiaba mis ahora, afilados huesos. Dejé que mi rostro besase la tierra y miré, vi y observe cuánta oscuridad me regalaba su ahora, mi piedra, mi agua y mi carne. Pare manteniendo mis piedras oculares quietas, inmóviles, sin más luz que el frente.
Me vió, miró y observó el interior de mi yo propio.
-¿Cómo llegó hasta aquí?
En ese instante de silencio, entre el derrumbamiento de cuanto era y cuanto había sido, decidí desandar un paso de mi odisea, y ser yo quien acariciarse la tierra, y la propia arena.
Así soy ahora yo.
Cuando supe cuanto era decidí caminar hasta una cueva cercana a mi posición sabiendo bien a que me atenía. Solo veía agua y hierba bajo mis pies, había llegado.
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