Búnker.

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Coge un pollo, uno que esté empezando a oler.

Restriégalo en tierra, una con buena mierda.

Antes de todo, cierto, haz que el pájaro sude -¿cómo obligar a sudar un muerto? Cuéntales historias de difuntos vivos-.El animal, cubierto en mierda, sudor, peste, debe ser raquítico por el peso de los días, empequeñecerse con el constante martilleo del tic-tac, sus alas tienen que volar quebradas, los muslos resecos, la piel desgarrada sobre jirones como cuero mojado en leche agria.

Coge tu pollo, sucio, supurando, jediondo, roto, deshidratado y mételo en un caldero de agua tibia, menos de 100º, no es conveniente que hierva, simplemente una olla calentada casi al sol, el gas tenue, imperceptible, introduce dentro al animal y observa como toda la porquería que lo cubre formando costra se ablanda mientras los vapores del caldo calan cada baldosa del comedor-cocina.

Cuando el del pico ya esté arrugándose, sin despedazarlo sécalo con una toalla que duela, rasposa como una cuchilla de afeitar oxidada, alguna que hayas estado utilizando los tres últimos días, es decir, añade más mierda mientras limpias, refrota bien su carne, ponlo encima de alguna bandeja mullida.

Una vez seco, viste al pollo, algo sencillo, calzoncillos, quizás una camiseta sin manga, puede que unos calcetines, a fin de cuentas, está en su casa.

Que el pollo pase más de media tarde viendo televisión, una cerveza caliente sobre la silla para apoyar los pies, una manta…

Así me siento yo: un pollo dándose continuos baños en su propia mierda sintiendo como las grietas de la porcelana rota le agujerean el culo, mis nalgas sufren tantos cortes que simulan el callejero de algún casco antiguo. Es lo único que me reposa un poco la jaqueca, mis constantes baños de porquería humana, mi esencia desgarrada en fibras de lodo, una tinaja hasta arriba de agua casi hirviendo, la copa a mi izquierda: me gusta hacer carreras entre el agua de los cubitos y el de la bañera, apostar acerca de si se derretirán antes los hielos que enfriarse el líquido que me obliga a flotar los huevos. “El whiskey te matará”, “El tabaco te matará”, “El bacon te matará”, pues chico la cagaste hasta la mismísima ingle, porque ¿sabes una cosa? El muerto es él, deportista, lo justo de grasa en su cuerpo, doce quilómetros diarios, empleo fijo, nada de humo –se vino a vivir conmigo a condición de que fumase en la ventana-, cinco años de relación, dos de convivencia y al final, puf, simplemente se apagó como la vela bajo el escupitajo descuidado. Tantas precauciones y al final pasó lo natural: la vida le mató.

¿Y ahora qué me queda? Un hueco en mi colchón al que ni siquiera me atrevo a tapar con una sábana mientras hago la cama, unas cuantas pajas de memoria –no puedo sacar un clavo con otro clavo, en mi caso mi tacha no me abandonó, no desquebrajó mi madera, simplemente se oxidó sin previo aviso hasta desaparecer… no puedo andar por ahí dando martillazos tratando de olvidar al compañero que se fue amándonos todavía- y un alquiler que me es imposible afrontar a mi solo… por suerte es día 15, tengo dos semanas hasta que me echen del piso, así que cogí mi parte de la letra, me compré una buena botella con su etiqueta bien negra, dos paquetes de cigarrillos con boquilla blanca para dar sensación de ser más largos –tetas de silicona, abdominales de látex… ¿porqué no?-, un televisor para el cagadero y aquí ando desde el funeral, fumando, emborrachándome, viendo desde la bañera unas cuantas películas de ese gordo silencioso: él siempre las odió.

“Tu vida te matará”, igual que a ti payaso, así que déjame disfrutar de lo prohibido, revolcarme en mi libertinaje involuntario, no confundas, no me he “liberado” como esos viejos que enviudan y se dedican a destruir la pensión en putas y partidas de dominó bañadas en ron, no, simplemente trato de embotarme, de hacer honor a su memoria con mi placer, mi oda al hombre que ya no regresará de sus guerras a caballo, pero como yo no se coser tapices decidí cambiar el telar por algo de nicotina, alcohol y bañeras rebosando sopa de miseria… “La vida te matarᔅ nene, nacemos muriendo, al menos yo procuro suicidarme antes de que me asesinen esas máquinas expendedoras del “todo vale”, el “todo ahora mismo”… nos clavan pajitas de mercurio que pudren nuestra carne, sorben nuestra alma, infeccionan nuestros cerebros… “usa bragas X si quieres follar con el carita de ángel, para la felicidad tómate un par de latas de “Coca-cola”, las barrigas ya no quedan saciadas si la comida no es de marca”… si he de elegir a que me sanguijueleen el espíritu mientras señores empresarios me asesinan con pequeños pellizcos de un cortaúñas –cortaúñas que previamente he pagado de mi propio bolsillo- habiéndoles de darles las gracias –chuparles la polla para que les entre mejor antes de darme por culo- entonces déjame en paz, permíteme matarme a mi modo, soga al cuello que me coman los perros o intoxicarme con vodka a pesar de mi cirrosis… ya que intentan robarme los segundos, al menos dame la opción de ser dueño de mi muerte.

En fin, por mucho que trague, coma o me bañe, él ya nunca volverá… existe algo peor que perseguir a Amy y es saber que ella sí te ama, pero que jamás la podrás tocar… perseguir a Amy es duro, pero descubrir que su fantasma etéreo se ha implantado cariñosamente en tu cabeza de por vida… pásame la botella que quiero matar un alma. 


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