Somos funciones. Cada vez estoy más segura de que cada persona nace con una función asignada. Tantas personas como funciones. Desde el primer instante en el que un recién nacido abre los ojos se le asigna una función aleatoria que la completa a lo largo de su vida, será ésta su meta personal. Cuesta darse cuenta de cuál es nuestra función, de saber cuál es el sitio que ocupamos en este mundo. Tras largos años de búsqueda intentando hallarla, intentando sentirme realizada haciendo otras funciones que no eran las correctas por fin llegó el día en que encontré la mía propia. La que el mundo me había asignado. Fue aquel día de Septiembre que tuve el placer de conocerlo. Pues bien, ese día me di cuenta que mi función en el mundo era cuidar y querer a esa pequeña luz que el caprichoso destino puso en mi camino. Siempre he cuidado de los demás hasta tal punto que prefiero la felicidad del de al lado a la mía propia. Pero esta vez era diferente. La mime, cuidé, consentí, cure, protegí, consolé, le ayude tanto que me olvidé completamente de mí, lo di todo por ese rayo de luz que iluminaba cada paso que daba. Esa era mi función, cuidar a aquella luz y lo hice como nunca había cuidado ni querido a nadie. Pasaban los años y cada vez daba más y más por ella, ella lo era todo para mí, me sentía tan realizada conmigo misma y a la vez tan feliz que no podía creer que por fin, a mi corta edad, hubiese encontrado la función que Dios me había asignado. Crecía completando mi función y gracias a ello llegué a alcanzar los niveles más altos que un ser humano puede alcanzar de felicidad. Somos funciones y cada vez estoy más segura de ello.
Hoy, esa luz no está en mi camino se ha marchado dejándome sola en plena oscuridad. ¿Es caprichoso el destino? Cuando pensaba que ya había encontrado mi función, mi mundo gira 180 grados. Miles de preguntas me invaden la mente, ¿Y si tal vez esa no fuese mi verdadera función? ¿Y si sí que lo era? La respuesta aún no la he encontrado. Estoy completamente segura que cuando yo realizaba mi función alcanzaba tal felicidad que sólo la conocen aquellos que han encontrado el objetivo de su vida. Ahora me pregunto día tras día si merece la pena seguir viviendo sin una función. Si seguir en este mundo merece la pena sabiendo que jamás volveré a alcanzar esos niveles que experimenté de felicidad. La vida para mí ya no merece la pena. Somos funciones y yo ya he completado la mía en este mundo.
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