RELATO DE LA GUERRA CIVIL

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Cuando llamaron a la puerta, no tenía forma de saber quién era el que llamaba, pues su casa carecía de ventanas en la fachada delantera. De modo que se levantó rápidamente de la cama, y tras ponerse la chaqueta y las zapatillas corrió a abrir por la urgencia de los golpes. Oyó a sus hijos quejarse en la cama por el ruido, mientras su mujer acudía a calmarlos.

En cuanto abrió la puerta se le cayó el alma al suelo. Una docena de soldados aguardaban en la calle, rifle en mano, y su capitán, un hombre alto y corpulento, y sin afeitar, lo agarró por el brazo y tiró de él.

-Te vienes al camión.-se limitó a decirle. Juan no quiso resistirse. Sin embargo, tuvo que decir algo pese al miedo que le recorría el cuerpo.

-Déjeme al menos señor, despedirme de mi mujer e hijos, que no se merecen que los deje sin despedirme.-le pidió con tristeza. Alguien lo había culpado de ser republicano, o comunista, o cualquier cosa. Y no había nadie que lo sacara de ahí. Sin embargo el militar dejó de arrastrarlo y lo soltó, como sorprendido.

-¿Cómo? ¿Tiene usted hijos?

-Sí señor, pues estoy casado y tengo un hijo y una hija.-respondió el pobre hombre sin saber a qué venía la sorpresa del hombre.

-¿Cómo se llama usted?-le preguntó con impaciencia.

-Juan, Juan Federico Diarte, para servirle.-dijo.

-¿José García?-volvió a preguntar el capitán nacional.

-Ahí señor, vive aquí al lado, ¿qué le van a hacer?-Un error, alabado sea el Señor. Pensó el aragonés.

-Usted cállese y vuelva a la cama.-Lo cogieron de nuevo y lo arrastraron nuevamente, pero esta vez al interior de su casa.

Se pegó a la puerta para escuchar que pasaba. Pocos segundos después el militar llamaba a la casa de al lado, donde vivía José García. Era un chaval joven, que rondaría los 25 años. Delgado y algo achaparrado. Al pensar en él, supo al instante porqué se lo querían llevar.

No era para nada querido en el pueblo debido a sus trastadas y demás acciones pues, a diferencia del resto de jóvenes, sus bromas se pasaban de la raya y eran obra del odio y la amargura.

Entró en la casa de unos vecinos suyos, sin tener ninguna antigua rencilla con ellos, y sin que lo vieran mató a los dos puercos que estos criaban en el piso de abajo. Se acostó con una vecina, haciéndose pasar por su marido, y desbarataba las carretillas de los vecinos, que tras recoger leña la llevaban a Daroca a venderla.

Por eso y más, no era querido en el pueblo. Y los soldados se lo llevaban. No sabía si lo iban a fusilar, encarcelar o reclutar, pero no quería correr su suerte.

La madre del joven, que ya se había percatado de la presencia de los fascistas, comenzó a gritar alarmada.

-¡qué se ha escapado! ¡Que se ha ido!-exclamó para confundirlos.

A lo que los soldados entraron en tropel para buscarlo, mientras media docena de ellos corrían calle abajo a buscarlo por si se había fugado de verdad.

El pobre desgraciado, aunque mala persona, corrió al piso de arriba, donde guardaban sus padres la paja. Apartó dos balas, se metió dentro del montón y lo volvió a tapar. Estaba tan asustado que no se atrevía a respirar. Y mientras tanto, los soldados caminaban justo debajo de él, en el piso de abajo. Pudiendo escuchar el crujido de las maderas a su paso. El capitán de la escuadra caminaba despacio y con seguridad, dejando un sonido con cada pisada que le aceleraba la pulsación con cada una. En varias ocasiones miró al techo, pero tan solo por impotencia al no encontrarlo.

Una hora rondaron los militares por la casa, examinando cada rincón, y varias veces entraron en el desván, pero por suerte no se les ocurrió mirar en el montón. Tal vez fuera por lástima, por pereza, o simplemente por estupidez.

Mientras permanecía escondido, reflexionó sobre lo que estaba pasando. Y llegó a la conclusión de que, porque sus vecinos le odiaban, habían llamado al ejército a que se ocuparan de él. Y es que durante la guerra, era muy fácil provocar la muerte de alguien si lo culpabas de ser republicano o fascista. Él, sin embargo, no era ni de un bando ni de otro, no le importaban eso aspectos de la vida, tan solo quería vivir tranquilo como había hecho siempre.

Finalmente su padre los condujo a la puerta y los despidió amablemente, con mucho cuidado de no ofenderles en momento alguno. El sueño pudo con él, y sin darse cuenta, José García quedó dormido dentro del montón de paja en el desván de sus padres.

 

A la mañana siguiente, los soldados ya habían abandonado la búsqueda, y tras dar una última ojeada por la calle, volvieron al cuartel, el cual se encontraba al final de la calle.

Los padres del joven creían que su hijo ya debía haber llegado a la zona republicana, varios kilómetros más al norte. Sin embargo, la sorpresa fue cuando su hijo José apareció poco después del amanecer en la cocina de la casa.

-¿pero qué haces aquí maño? ¿Por qué no te has ido ya?-exclamó su madre alarmada. Si volvían los militares y lo encontraban allí, los fusilarían a los tres.

-Anda a ver si hay alguien en la calle y vete.-le dijo su madre. Le dio dos besos y desapareció por el pasillo.  Su padre se acercó a él, y tras darle un abrazo, lo empujó para que se fuera del pueblo.

José se asomó por la puerta pero no vio a nadie. La calle estaba desierta y en silencio. Cualquier otro se lo habría pensado dos veces antes de salir en aquellas circunstancias. Pero él estaba asustado, de modo que echó a correr calle abajo. Y tras internarse en los huertos de los vecinos corrió hacia el río para perderse en el horizonte.

Finalmente llegó a la zona republicana, donde nadie supo más de él. Sin embargo, años después y ya finalizada la guerra civil, el joven volvió al pueblo, sano y salvo. Sorpresa para todos que aquel chaval, que estuvo más cerca de la muerte que cualquier otro en el pueblo, hubiera sobrevivido.

Como muchas personas predican, José García tuvo la segunda oportunidad que merecía como ser humano. Y espero que la aprovechara y no la desperdiciara. Pues al contrario que él, muchas buenas personas perdieron la vida en la guerra civil.

BASADO EN UNA HISTORIA POPULAR.


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