La señora Vilma salió a las dos de la tarde como le era habitual desde que se convirtió en madre, luego del almuerzo en familia, y tomó el bus en el paradero de la esquina. Cada tarde hacía lo mismo, almorzaba y se dirigía al mercado para las compras del día siguiente. Una santa costumbre que quizá se convertiría en perdición.
Cogió el bus y se sentó en el único asiento libre, al lado de la brecha que permite el paso de los pasajeros y del otro lado un grueso hombre que leía un periódico deportivo. A su izquierda, en el asiento individual estaba Gerardo, con la mirada perdida hacia el suelo y tocándose el estómago. Recordando que salió de casa hace más de ocho horas y se fue sin desayuno. Se cuestionaba a sí mismo si ya era tiempo de independizarse o de culpar a sus padres por no despertar a tiempo para hacerle el desayuno. Ya tenía veintiún años y aún esperaba que su madre le preparara el desayuno cada mañana.
Alzó la mirada y escondiendo una leve sonrisa recordó que en el primer bus, subió la chica que tanto le gusta y que hasta el momento era inalcanzable para él y su timidez. Entonces a partir de ese recuerdo y esas pocas imágenes que conservaba de ella, empezaba a fabricar sueños y situaciones melodiosas con ella, que obviamente exaltaban su sonrisa siempre temerosa.
Cuando se daba con la estrepitosa verdad de que no conocía el nombre de aquella chica, el hombre con el periódico enrollado en el bolsillo trasero bajaba del bus; y subía para ocupar el lugar de la señora Vilma, que a su vez se movió para tener vista a la ventana, un hombre delgado y alto, con unos anteojos gruesos y llevando una bolsa negra en el brazo izquierdo.
El hombre miraba alrededor como si fuera un turista, lo que llamó la atención de Gerardo, cuyo sueño ya quedaba desnudo frente a su triste realidad. Las formas de ese hombre le daban un aire de esperanza a Gerardo que pensaba si siquiera aquella muchacha lo miraría luciendo como aquel individuo. Largo y delgado, sin rastros de músculos ni atractivo alguno. Y de pronto adentrándose más a la tristeza colectiva en una realidad impertinente se preguntaba si habría mujer alguna que posara su mirada en un personaje tan poco agraciado como ese.
De pronto el hombre se dio cuenta de la mirada de Gerardo y cambió su semblante. Enderezó la columna y se acomodó los anteojos. Luego exclamó al aire en un tono familiar:
- Este carro también pasaba por el Callao, nunca lo había visto.
Por un par de segundos el silencio se rompió y las miradas se posaron en él, pero nadie respondió nada. Al girar en torno y percatarse de aquello, el hombre volvió a exclamar:
- Bueno, ya que nadie responde tendré que robarles.
Y abriendo la bolsa negra que cargaba sin cuidados, sacó una pistola tan negra como la muerte misma, la señora Vilma se sobresaltó y se persignó mirando al cielo pero esa actitud le valió un balazo a quemarropa del hombre. Lo que sucedería después, quedaba bajo la responsabilidad de la fortuna. Y en cuanto a Gerardo, el ya no tenía por qué preocuparse más en soñar.
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