Rompió a llorar, pero nadie se dignó a darse la vuelta, ni tan siquiera se inmutaron sus rostros, ni sus pétreos corazones, el último atisbo de humanidad había desaparecido, ya no se veían hombres por las calles, tan solo autómatas que se autoabastecían a ellos mismos, no precisando ayuda en ninguna ocasión y negándose siempre a ofrecerla a otras personas. Se destruyó nuestro carácter gregario y nuestros sentimientos quedaron encarcelados en nuestro más recóndito interior por egoísmo. Sin embargo, mientras aquel ser llorase y tuviese la esperanza de que otros se compadeciesen de él, la humanidad no estará perdida, pues si una sola persona puede llegar a sentir, también quedará esperanza para el resto, pues el llanto es muy contagioso, especialmente si proviene de una persona inocente.
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