El deseo II

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CONTACTO. Bajamos a la playa y nos instalamos cerca de la orilla. Apenas ella se puso a tomar sol, yo empecé a recorrer el lugar con la vista. No lo vi y eso me malhumoró. Pero pensé que podía llegar más tarde. Tomé sol, nos bañamos, llegaron amigos. Che, Martín no está, comenté como al pasar. Ella me miró. Yo le esquivé la mirada. Martín entra a las dos, me contestaron. A las dos estaba en la orilla mirando todo hasta que lo vi aparecer. Una oleada de adrenalina me golpeó la panza. Llegó trotando, pasó cerca de mí sin verme y se metió en el agua como venía. Yo volví donde estaban todos y me eché junto a ella mirándolo nadar hasta que se hizo un punto en la lejanía. Entonces reposé la cabeza en mis antebrazos y dejé que el sol me diera de lleno en la espalda. Era placentero sentir ese calor. Se sumaba al gozo extraño por la atracción de algo desconocido y vedado. Estaba espiando a Martín, pero me avergonzaba. Me avergonzaba, pero no lo podía evitar. Esa contradicción me producía mucho placer. Quería y no quería pensar en lo que estaba pasando. Me entredormí hasta que escuché su voz. Alcé la cabeza y lo ví. Primero vi sus pies, después sus piernas, sus muslos. Llevaba una maya corta. Pasé rápido por su entrepierna. No se notaba nada. Hola. Hola. Tiene un cuerpo bien formado, musculoso y está súper bronceado. ¿Qué tal el agua? Se agachó y puso la palma de la mano mojada en mi espalda. El frío de la mano húmeda sobre el calor de mi piel. Sentí un estremecimiento que aumentó al pasar la vista entre sus piernas y pensar que ella podía darse cuenta.  ¿Qué te parece? Fría. Ya sabés que está fría, intervino ella, si te bañaste hace un rato. Podía haber cambiado, me excusé. Me miró seria. Después sonrió. Él se levantó. Tengo que trabajar, si quieren pueden usar las duchas. O lo que precisen. Cuando se fue una de las chicas dijo, che, no se nota nada. Otra, ahh, te estuviste fijando. ¿Qué, vos no? Uno de los chicos dijo ¿de qué hablan? Del pendejo, dijo ella, no se nota que va para los dos lados. ¿En serio? Dicen. Puro chusmerío, dije para cerrar el tema. Y no es tan pendejo, dijo una. ¿Cuántos años tiene? Martín tiene 20. Es un pendejo, dijo ella. Flor de pendejo, dijo otra. Eh, eh, eh, dijo su pareja. Ellas se rieron. Ella no. Ella me miraba. Yo, incómodo, miraba para otro lado. Voy a bañarme, dije y me levanté. Voy con vos, dijo ella y me acompañó. Pensé que me quería decir algo. No. Cuando llegamos me hizo una advertencia, tené cuidado hasta dónde te metés…

TENTACIÓN. Cuando el sol empezó a bajar y la gente a irse, decidí darme la última zambullida. Iba para la orilla cuando lo crucé. Voy a cerrar los vestuarios, si querés bañarte te espero. No te hagas problema, si no me baño en casa. Te espero. Como quieras. No te hagas rogar, te lo digo de onda. Gracias, si no me demoro en el mar, voy. Me tiré de cabeza y di unas cuantas brazadas. No quería salir. No quería ir a las duchas. Quería correr a las duchas. No quería. Barrené un par de olas, hasta que una me dejó de nuevo en la orilla. De lejos vi la puerta de los vestuarios cerrada y sentí desilusión y alivio. Caminé hacia donde estábamos instalados y me encontré con que los chicos ya estaban listos para irse. Menos ella. Ella seguía en malla. Te esperaba, me dice. Me seco un poco y vamos. Nosotros nos vamos, se despidieron los demás. Podemos ducharnos acá, dijo ella. Ya cerraron los vestuarios, contesté. Martín nos hace pasar. No vamos a ir a joderlo, no me gusta. Él vino recién a decirme que nos hace pasar. O sea, no es que fui yo a pedirle nada, el pendejo se vino hasta acá e insistió con eso. Dale el gusto. Bueno, juntemos las cosas y vamos al vestuario.


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