El deseo IV

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DESEO. Cerveza y porro en el balcón. Una picada liviana. Promesa de buena noche. Estamos los dos inmóviles mirando el cielo, volando. Cada uno colgado en lo suyo. Yo, claro, en todo lo que pasó ese día. ¡Qué pija! Y dormida, no me imagino cómo puede ponerse cuando se calienta. Con razón les gusta tanto a las pendejas. No es eso. Es lindo. Lo imagino como lo vi, desnudo, parado en el vestuario delante de mí. ¿Por qué me habrá dicho lo de la cola? ¿Y a ella qué le pasa? ¿Se habrá dado cuenta que algo raro me está pasando con Martín? A lo mejor por eso es que dice que no le cae bien. Pendejo fifón. ¿Será cierto que se coge todo? ¿Por qué me habrá dicho lo de la cola? ¿Qué pensás? Decimos los dos a la vez y nos reímos. Y nos reímos de no sé cuántas cosas más. Y de nuevo nos colgamos. Y a mí me vuelven las mismas imágenes. Se me está parando. Doy la última seca y me voy a la cama. Ella se queda. Ahora voy. Te espero.

Me desnudo y me echo en la cama boca abajo, sobre las sábanas blancas con la luz tenue que llega del pasillo. Estoy muy relajado, el cuerpo parece de algodón, la cabeza flota. Pienso en Martín. Pero todo es muy tranquilo. Me agrada pensar en él, imaginarlo desnudo en el vestuario, recordar cuando se la miré, la sensación extraña, el cosquilleo. Ahora siento lo mismo. Es un cosquilleo agradable que hace que frote la pija dormida contra la sábana. Me mojo, empieza a endurecerse imaginando el cuerpo de Martín, sus ojos verdes de gato. Paro, bajo. Me aflojo. No me lo permito. Vuelvo a relajarme y estoy adormecido cuando siento caricias suaves en la espalda, en las nalgas, los múslos. Giro y la pija se acomoda hacia arriba. Mmmm, dice ella. A ver cómo está… empieza a pasar la lengua desde la base por todo el tronco. Me calienta. La chupa. Pasa por mi cabeza la idea de chupar yo una pija. La pija de Martín. Que se endurezca en mi boca. Me recaliento y se nota. Cómo estamos hoy, dice ella mirándomela. A ver qué más hay para mí, dice y sube, coloca las rodillas a cada lado de mi cara y dice “Chupá”. Paso la lengua por los bordes, apenas si le toco el clítoris e inmediatamente apoya su concha contra mi boca. Chupala toda. Dejo la lengua afuera y ella se frota. Ay, qué puta que estoy. Se sienta y se seca la concha con la sábana. Se enrosca en mi múslo y se frota despacio echada sobre mí con la cabeza metida a un costado de la mía hundida en la almohada. Pajera, le digo. Muy, contesta a mi oído. ¿Y vos? No contesto. Ella me acaricia los huevos mientras sigue pajeándose. Yo pienso en él, pienso en él y me late la pija. Pienso que son sus dedos los que me acarician. Pienso que me estoy calentando con Martín. Martín, pienso y se me pone insoportablemente dura. Estoy recolgado, en otro mundo, con otra persona. Vuelvo cuando la siento a ella apretándose más contra mí y gimiendo. Qué pajera que estás. Si, si, repajera. ¿Y vos? No contesto. ¿Y vos? Insiste. ¿Y vos? Yo también, digo entre suspiros. También ¿qué? Le gusta hacerme hablar, arrancarme lo que quiere escuchar. También estoy repajero. Se pajea en mi múslo, ahora más fuerte. Por dios, otra vez estoy empapada. Y mirá vos cómo la tenés, dice tomando mi pija y pajeándola. La dejo. Pienso en él. Es hermoso. No puedo estar pensando eso. Sí puedo porque lo es. Es hermoso. Me gustaría acariciarlo. Su cuerpo es firme, su piel parece suave. Quisiera tocarlo, despacio. Lamerlo. ¿Qué pensás? Me corta ella. Nada. Decime qué pensás, insiste pajeándose, pajeándome. Que estamos repajeros, digo. No, decime qué pensás. Nada. Decilo. Nada. Se baja de mí. Se seca la concha y se sube de nuevo, ahora a caballito. Me gusta así, seca, quiero sentirla. La conozco, eso lo hace cuando está muy caliente. La quiero toda de golpe. Acomoda la cabecita y la hace entrar. Va despacio porque la dejó bien seca. Dame, dice. Toda. Empujo y ella se queja. Así, dice, fuerte. Ay, ay, así, que duela. Empujo fuerte y ella mueve la cadera y le entra toda. Se amaca, suave, me coge. Más. Más. La dejo que coja y vuelvo a volar. Pienso en él. ¿Cómo cogerá? Es hermoso. Esa pija gruesa sí que debe doler. Se coge todo. Todo. Ella se dobla sobre mí y mete su cabeza en la almohada. Se mueve más rápido. Decime, me dice en la oreja. ¿Qué? Decime, no seas hijo de puta, dice cogiendo más fuerte. ¿Qué? En qué pensabas cuando te pajeabas. Decímelo. Nada. Empieza a cogerme más suave, más suave. Decime. Me coge solo la cabeza, apenas. Decime. De repente se sacude rápido, decime, decime, decime. Parece a punto de venirse. En él. Le digo y siento un inmenso goce. En quién, insiste ella y me coge rápido y sosteniendo el ritmo. Me enloquece. En quién. En quién. En él. Decilo, decilo, decilo. Decilo hijo de puta, decilo que te re-cojo. En… Martín, en Martín, en Martín, digo casi gritando. Ella goza como yegua, se la hunde y se sacude arriba mío, se aprieta contra mí, me lame la oreja y dice ¿En quién? No te escuché. En Martín, digo con un sonido gutural, una voz que no reconozco. En Martín. Pendejo, dice ella casi en un hilo de voz. Pendejo creído, subiendo el volumen. Pendejo, qué lindo que es, casi gritando. Pendejo fifón, pendejo, pendejo, pendejo, dice sin parar y cogiendo como una locomotora y yo repitiendo Martín, Martín, Martín. Y el sonido del polvo que se va es a dos voces, Martín, pendejo, pendejo, Martín, hermoso, lindo, como cogés, te agarro y te revuelco, pendejo fifón. Y acabamos como animales gimiendo, gritando, bufando. Cogiéndonos al pendejo, a Martín. Los dos.

Luego la calma. Ni una palabra. Como si nada hubiera sucedido.

¿Quedará así?


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