Misión Athena: Capítulo 2. EN LV-200

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Hacía diez años que John Allen vivía en LV-200.

Se había refugiado en esa roca en la frontera del espacio explorado huyendo de sus recuerdos y fantasmas.

Lo que encontró hubiera desanimado a cualquiera: Una colonia minera que estaba situada tan lejos de la estrella más cercana que nunca era de día. Allen lo consideró apropiado para su estado de ánimo. Su sentimiento de culpabilidad era tan profundo y oscuro como cualquier mina en ese planetoide sin vida.

LV-200 quizá no disfrutaba de las ventajas que una estrella, cálida y luminosa como nuestro Sol terrestre, podía proporcionar. Y sin embargo, estaba lleno de vida: El tránsito de mercancías y minerales era constante e intenso. Tan intenso como los flujos de emigrantes que llegaban incesantemente al asteroide, buscando ganarse la vida en las minas.

Era una ciudad bulliciosa sometida a una presión demográfica enorme. Y eso siempre significaba problemas, corrupción, prostitución, drogas y delincuencia.

También había paranoicos que estaban convencidos de que los xenomorfos que infestaban LV-202, un día llegarían al asteroide. Pero en general, nadie les prestaba mayor atención. Bastante convulsa era la vida diaria en el asteroide como para preocuparse de otros mundos. Para la mayoría, eran mucho más peligrosos los humanos. Sobre todo los fanáticos y paranoicos. En una lugar donde llegaba gente de infinitas procedencias distintas, los conflictos religiosos y raciales eran habituales. Y en ocasiones podían llegar a ser muy violentos.

Todo este panorama se traducía en trabajo para Allen. Y eso era lo único que le importaba. Era una manera de tener la mente ocupada en algo que mantuviera a raya el dolor que le causaba la pérdida de su hija.

Cuando renunció a su plaza en Brooklyn, se apuntó a un programa especial de la policía que estaba destinado a promover la incorporación de agentes en planetas remotos. En el espacio también es necesario que alguien mantenga el orden. Y había buenos incentivos para aquellos agentes del orden que aceptaran desplazarse.

Al colonizarse un nuevo planeta, el asentamiento está sometido inicialmente al gobierno de los marines coloniales. Una vez que la población crece, el mando pasa de manos castrenses a las civiles. Y entonces es cuando la policía se hace necesaria.

Desde su llegada, Allen había sobrevivido de mala manera, sin prestar atención a otra cosa que a su labor. Aunque no había hecho ningún amigo verdadero en años, no le importaba demasiado.

John Allen no parecía residir en ningún otro lugar que no fuera la comandancia. Se rumoreaba entre los compañeros que se alojaba en el bloque de apartamentos para mineros de la calle 30, pero muy pocos podían confirmar que esto era así. Si alguien necesita encontrarlo, era mejor que se dirigiera a su despacho y, si no lo estaba allí, a un pub de la calle 1, la calle principal, el McTernas.

En realidad, acudía con más frecuencia de lo recomendable. Pero Allen no escuchaba recomendaciones. Allí solía acompañar sus horas de un doble de whisky. Así le llamaban en LV-200, pero Allen sabía que aquello no era lo mismo que se tomaba en la Tierra. En realidad era un sucedáneo de whisky producido en LV-200, ya que no era posible importar bienes de lujo desde la Tierra. El transporte desde la Tierra era complejo y estaba reservado para bienes de primera necesidad que no podía obtenerse en el asteroide. En definitiva, era un whisky de una calidad solo apta para personas que tuvieran el estómago de un rinoceronte.

Los mandos no consideraban la afición de John Allen al alcohol como un problema. Al fin y al cabo, todo el mundo tiene algún hobby. Al contrario, Allen tenía una reputación de comisario trabajador y competente que se había ganado a lo largo de varios años.

Su actividad principal había sido descubrir mafias de contrabandistas y acabar con ellas. En una colonia minera este tipo de actividad ilegal era frecuente y los casos solían llevar aparejados algunos muertos de vez en cuando. El comisario tenía mucha experencia, adquirida en la Tierra y a lo largo de una década en LV-200, en este tipo de cosas. Por ello la comandancia pensaba que él era lo más parecido a un experto en delitos de sangre que había por allí.

Y Allen siempre estaba preparado y dispuesto para encarar un nuevo caso.


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