Verano.
Me angustiaba la sensación de tamaño calor.
No soportaba que me tocara. Ardía. Y yo, helada. El fuego y el hielo. Aún así, nos amábamos. Él ansiaba el frescor de mi cuerpo y a mí me gustaba que me deseara. Mi egoísmo a veces no me permitía demostrarle todo mi amor. No soportaba el calor.
Invierno.
Yo buscaba su calor y él, generoso, me lo ofrecía sin pedir nada a cambio. Notaba que se estremecía con mi gélido cuerpo, pero aguantaba esa sensación sólo por estar a mi lado. Amor en estado puro.
Ya, de mayores, su fuego se fue apagando, pero yo aún conservaba esa gelidez. El verano se llevaba mucho mejor y el invierno lo calentábamos con nuestro deseo. Y siempre que fallaba el deseo se podía solucionar todo con una buena manta, acurrucados, abrazados.
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