No tenían muchas cosas en común, de hecho lo que a uno le gustaba el otro lo odiaba y así con un sin fin de cosas. Tenían vidas muy diferentes, demasiado diferentes para coincidir en un mismo punto, pero supieron superar todas las adversidades. Sus maneras de caminar no coincidian ni mucho menos su estatura. Pero ambos generaban cada vez que se veían una chispa capaz de encender una ciudad entera. Encajaban como dos piezas de un mismo puzzle. Y tenían tanta complicidad que tan solo con una mirada sabían lo que cada uno pensaba. Nunca pensaban igual, tenían ideas muy diferentes pero buscaban los mismos valores en la vida. Él era dueño de si mismo, ella una niña insegura que con el paso del tiempo se fue haciendo mas fuerte. Sus manos parecían haber sido hechas como piezas exactas para encajar una con la otra, con los dedos entrelazados y mirando a la misma dirección. No existían dos personas juntas tan perfectas como lo eran ellos.
Tenían una magia que no se sabía muy bien de dónde venía, una complicidad que a más de uno le asombraba y ambos tenian una capacidad de amar a la otra persona que era inexplicable con palabras. Porque nadie tiene la vida llena de momentos perfectos, y si fuera así dejarían de ser perfectos. Serían normales. ¿Cómo conocerían la felicidad si nunca experimentaron la tristeza? La vida te da momentos de felicidad y cada uno merece la pena.
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