Carla tenía ya tres semanas. Sabía encontrar su sitio entre las patas y colas de sus hermanos y beber la cálida leche de mamá. Mamá era muy grande y les quería mucho. Habían sido cinco en el parto pero uno no se movió después de salir. Era el único varón, el resto habían sido hembras. Carla, Corla, Curla y Andrea. Ellos no necesitaban buscar la felicidad porque habían venido con ella de serie. Sabían oler, andar y todo lo necesario para ser feliz. Sólo se asustaban cuando el pájaro negro con plumas blancas les decía que eran muy monos y que quedarían muy bien llenos de serrín y con un aro metálico en el cogote a modo de llavero, pero nunca lo decía cuando mamá estaba cerca. Mamá cazaba pájaros negros con plumas blancas y a este charlatán le atraparía un día y lo tomaríamos transformado en leche un día de estos.
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