Misión Athena: Capítulo 4. Degollado.
Por juansebas
Enviado el 08/09/2014, clasificado en Ciencia ficción
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Una sonrisa grotesca estaba dibujada en el cuerpo inerte que Blaz Nupic tenía ante él.
Esa sonrisa parecía burlarse del miedo del muchacho. No era algo natural, como la que se puede encontrar en un rostro humano que está formada por boca, pómulos y dientes. Por el contrario, ésta estaba situada más abajo, a la altura del cuello, y se había hecho a partir de carne lacerada y sangre derramada. Fuera quien fuera el pobre desgraciado al que estaba mirando el joven Nupic, era evidente que había sido cruelmente degollado.
Esto no era lo que Blaz esperaba de aquella tarde. Había estado días planeando la excursión que le había llevado a aquella cueva. Tenía diecisiete años y contaba con la impaciencia propia de la edad, esa que te anima incasablemente a descubrir nuevas cosas. Supuso que era ese afán de búsqueda lo que le había animado a robarle el vehículo de exploración a su padre. Ahora, mirando al muerto, se maldecía a sí mismo y se daba cuenta de que era demasiado joven y estúpido y que no sabía mantenerse alejado de los líos.
Había nacido en LV-200 y no conocía otro tipo de vida que la que había experimentado en su casa. Una vida dura, de familia minera. Su padre era ingeniero y trabaja muchas horas cada jornada en las minas. Recibía una remuneración alta, pero insuficiente para cambiar de vida. Le pasaba a la gran mayoría. Lo llamaban la trampa de los mineros: Todos cobraban un buen dinero, pero al mismo tiempo la vida en las colonias mineras era extraordinariamente cara. La inflación era galopante y los salarios, aunque crecían constantemente, cada vez daban para comprar menos cosas y, por supuesto, hacía mucho que todo el mundo había olvidado lo que era ahorrar y pensar en el futuro.
Las únicas que al final obtenían rendimiento de la actividad minera eran las corporaciones industriales, que eran las principales beneficiarias del comercio de los minerales extraídos.
Nada nuevo bajo el sol. Desde que el hombre es hombre, la minería estaba pensada para explotar a muchos en beneficio de unos pocos. Los miles de mineros que se habían lanzado de manera ansiosa a participar en un carrera colonial del espacio, estaban ahora atrapados en los lugares donde se extraían los metales del terreno. No había suficiente dinero para acumular riqueza y dejar las minas. Sólo había lo básico para algo de alimento, ropa y algunos vicios mundanos. Y cuando la paga se acababa, se tenía que seguir trabajando. Era como volver a la fiebre del oro en la lejana California del siglo XIX. Y no era fácil que los mineros pudieran salir de esa espiral.
Sólo había una forma de cambiar esta situación y Blaz estaba convencido, en la arrogancia de su juventud, de que podría conseguirlo.
La normativa minera en el espacio establecía que un porcentaje del terreno a explotar, en cada nuevo planeta o asteroide, quedara fuera de las concesiones a las grandes corporaciones y se reservara para la iniciativa privada de los mineros.
Gracias a esta ley, si encontrabas un terreno liberado que fuese bueno, podías hacerte muy rico. Eso era en lo que la mayoría de los mineros soñaban. Pero, en el fondo, no era más que otra forma de engaño urdida por los entramados industriales: La esperanza de descubrir un terreno rico en minerales y explotarlo por ti mismo, no era más que una manera de hacer un poco más atractiva la ya de por sí desagradable perspectiva de emigrar a una roca lejana que orbitaba a muchos años luz de la Tierra.
Movido por la ilusión de poder descubrir una parcela de terreno que les hiciera ricos, Blaz, había decidido sustraer el vehículo de exploración que su padre tenía alquilado.
Una vez fuera de la ciudad, se encaminó a unas cuevas que no estaban demasiado alejadas de algunas explotaciones mineras. Éstas habían sido descartadas hace años por otros mineros. Pero la ignorancia era atrevida y la juventud en ocasiones es temeraria, por lo que Blaz estaba persuadido de iba a encontrar algo que valiera la pena. Algo que se les hubiera escapado a los demás.
Y lo hizo. Pero, por supuesto, no lo que él estaba buscando. En su lugar, había descubierto un cadáver. Uno que tenía una horrible sonrisa perfilada en el cuello.
Nunca había estado tan asustado en toda su vida.
(Nota: puedes visitar los capítulos anteriores de Misión Athena en otras publicaciones de este autor en esta misma web. Cualquier comentario y/o crítica será bienvenido)
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