Ya era enorme. Sólo el caparazón debía andar por los 400 kg. Seguía siendo de un verde brillante, como cuando era chiquitito y chapoteaba por el terrario de la palmera buscando mini gambas rehidratadas y que tanto le gustaban. Luego empezó comiendo algo de arroz del que sobraba y cuando ya no cabía en el terrario de cristal se le dejó por la casa y comía cualquier cosa que le echaras. Lo aprovechaba todo. Nadie sabía qué hacía con lo que se alimentaba pero no devolvía nada. Un día se quedó atrapado en el hueco de una puerta y fue cuando decidieron preguntar en el zoo y allí se lo llevaron. Por las noches brilla y si tienes buen oído o escuchas con un auricular de alta frecuencia, puedes escuchar sus canciones. Tararea de todo lo que ha oído, desde Mozart hasta Bisbal. Es increible, pero allí sigue. Creciendo cada día un poquito más, comiendo de todo sin despreciar nada, alcanzando el tamaño de un rinoceronte y conviviendo con ellos. Tarareando canciones todo el rato y alumbrando las noches de un verde suave sin saberlo. Es mi mascota y yo la quiero.
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