Después de semanas de camino y de pasar mucha hambre, ya que no había recuperado sus cualidades, Christopher llegó a la linde del bosque. Al este del Gran Bosque se encontraba la Llanura Central, territorio que, según cuentan las leyendas, había sido el escenario de guerra entre las distintas razas del mundo. La mayoría de las razas inteligentes habían intentado alguna vez conquistar la llanura, y, finalmente, la habían conseguido los humanos. En ese momento la llanura vivía un periodo de paz, pero no faltaban los ataques de los bárbaros contra las fronteras, que combatían por cada centímetro porque la guerra era su religión y la conquista era su diosa.
Entre los pastos de la llanura pastaban distintas clases de bovinos y caprinos de escaso pelaje en comparación con los lobos y osos de las regiones más frías del bosque. Cerca del borde del bosque había un poblado humano. Las construcciones estaban hechas de madera del bosque en su mayoría, pero también se usaban ladrillos e, incluso, bloques de piedra. Christopher supo que su objetivo no se encontraba allí con solo poner un pie en el pueblo. No obstante, se acercó a preguntar a un rancho cercano.
Los granjeros hablaban con el acento de las llanuras, pero Christopher consiguió hacerse entender. Al parecer, allí apreciaban mucho la carne de los animales del bosque (ciervo, jabalí e incluso ardilla) y pagaron mucho por las presas de Christopher.
Las monedas de los humanos del centro se fabricaban a partir de metal y servían en toda la llanura. Esto era una gran ventaja con respecto al bosque, donde lo más parecido al dinero que existía eran unas fichas hechas por el herrero del pueblo a partir de cantos del río. Cada herrero usaba una técnica diferente, por lo que este dinero solo se utilizaba dentro de la misma aldea. Para las compras y ventas entre aldeas, como las que realizaba la aldea de Christopher con Fahilonsip, se empleaba el trueque, y esto en ocasiones les acarreaba problemas en las negociaciones.
Christopher salió del pueblo con un pequeño saco de monedas de la llanura, unas botas de cuero, varios pollos crudos, algo de lana y un viejo caballo alazán; todo ello a cambio de las pocas presas con las que había conseguido hacerse en su trayecto por el bosque. Además, los granjeros, que se consideraban afortunados por recibir aquellos alimentos exóticos, le regalaron un rudimentario arco hecho a mano con sus flechas para que le fuera más fácil cazar. A partir de entonces, guardó la lanza en su funda y llevó el arco en las manos para defenderse de cualquier peligro.
Sus temores no eran sin motivo, ya que una hora después de dejar el pueblo lo atacó un grupo de unos cinco o seis bandidos. Debieron pensar que Christopher no levantaría el arma contra ellos por no saber usarla o por miedo. Sin embargo, cuando ellos se acercaron amenazándolo con sus sables para robarle, el joven cazador apuntó y disparó su primera flecha contra el líder del grupo. Sin embargo, la flecha no lo atravesó, sino que pasó a su izquierda, rozándolo y rasgando su bolsa de monedas. El dinero se desparramó sobre la hierba. El jefe de los bandidos lo miró asustado y, tras un momento de reflexión ordenó la retirada. Si Christopher tenía la puntería y los reflejos necesarios para rasgar una bolsa de monedas con una sola flecha, podría matarlos a todos antes de que levantaran un dedo contra él. Christian sonrió mientras recogía las monedas. Hasta ese momento había llevado poco dinero en la bolsa, mezcla de monedas humanas con algunas de diferentes aldeas del bosque, pero con el botín de los bandidos el saco aumentó considerablemente su peso.
Christopher se montó a horcajadas sobre su corcel, siguiendo el presentimiento de que la mujer que buscaba estaba cerca, cada vez más cerca.
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