¡Queridos Reyes Magos! He sido......................... 2ª Parte

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.-¡Mira, mira! ¡Ya llegan!.- Sandra se puso a dar saltos de alegría al ver aparecer a los Magos. German por su parte intento sonreir al ver a su hermana, pero en sus labios apenas si se dibujo una mueca.

Habían pasado casi dos horas y el acto de reparto de regalos en la plaza  llegaba a su fin. Laura había salido un par de veces a decirles que se iban a quedar helados y que la cena estaba sobre la mesa, pero Sandra no había querido entrar y su hermano no estaba dispuesto a dejarla sola.

.-Bueno, esto ya se ha acabado, vamos para adentro.- 

La niña agachó su cabecita compungida pero sin soltar un lamento, aferrando la mano de su hermano entró junto a este en la choza. Enseguida sintieron un agradable calorcito , la estufa de leña que Julián había encendido hacía que aquel refugio fuese mas acogedor.

Se hallaban cenando al tiempo que veían el televisor cuando un tumulto se escuchó fuera de la morada.

Sus padres se miraron entre contrariados y asustados durante unos instantes que fué los que tardó Julian en reaccionar. Se levantó, fue hacia la puerta y salió al exterior con un palo que pensaba utilizar en la estufa. Los dos niños corrieron junto a su madre y esta les cobijo junto a ella sin perder  de vista la entrada.

No había transcurrido un minuto cuando el hombre volvió a entrar por la puerta, su rostro estaba resplandeciente con una amplia sonrisa que le llegaba de oreja a oreja.

.- ¡Salid fuera!¡De prisa salid fuera!.- Gritó a su familia que le miraban sorprendidos.

Los cuatro salieron fuera y la escena les dejo helados, pero no de frío.

Los tres reyes, sus monturas y cuatro pajes, todos ellos precediendo a un centenar de personas del barrio mas cercano se estaban acercando hacia ellos. Entre ellos el señor Joaquín, el tendero del barrio que aún resistía a pesar de la presión que los supermercados ejercían sobre los pequeños comercios. Doña Antonia, una anciana mujer que vivía sola y a la cual su nieta visitaba con frecuencia para ayudarle. La señora Enrriqueta, harto refunfuñona pero con un grandisimo corazón, acompañada de Claudio, su esposo, quien no hablaba por no pecar. Así hasta un centenar de personas aproximadamente. Las mismas que meses atrás habían evitado que les echasen de aquella chabola, las mismas que dentro de sus posibilidades les ayudaban con alimentos, ropa e incluso algún dinero todas las semanas. Las mismas que no habían dejado a las asistentas sociales mandar a  los niños a un centro estatal.

Todos ellos tenían en gran estima a aquella familia que debido a la situación estaban pasando malos tiempos, y ahora, se habían unido para que German y Sandra tuviesen aquel año sus regalos de reyes. Para Julian y Laura también había una grata sorpresa. A don Severino, uno de los vecinos mas pudientes de la barriada, le había quedado vacido uno de los cuatro pisos que tenía alquilados, entre todos le habían convencido para que lo alquilase a la familia sin ningún tipo de entrada y a un precio casi simbólico.

Los García siempre recordarían aquel día de reyes como el mejor día de sus vidas.


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