El ocaso

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Me desperecé por la mañana para disfrutar de la suave brisa del fin del mundo. Hoy había sido elegido como el fin de los tiempos. Aunque en realidad, el fin llegó mucho antes. 

 Un día apareció el presidente en televisión. Más bien, fueron todos ellos, todos los presidentes. En cada país el propio, con rostro compungido la mayoría. Intentaron infundir valor en las personas, solicitarles un último esfuerzo. Trabajando con ahínco habría una posibilidad.

 Las personas deseaban creer. Pero no los viejos, muchos de ellos se desentendieron. Lo habían visto ya todo, menos el fin del mundo. Sería una muerte a lo grande, un gran ultimo acto para una vida ordinaria.

 Los demás se esforzaron, necesitaban creer que este no era el final. Trabajaron durante jornadas interminables, día tras día, sin descanso. Nunca más se celebraron fiestas, nunca más hubo ocio ni diversión. No había tiempo.

Transcurrieron pocos meses hasta que las personas se convirtieron en zombis de hecho. No habían muerto. Sus análisis médicos así lo atestiguaban, pero sus mentes ya estaban vacías. El cansancio, la maldición de un futuro cierto y el desapego del que se sabe incapaz de dirigir sus designios, fueron marchitando a todas las personas. Todos iban a las fábricas, comían en los refectorios y volvían a los barracones para descansar unas horas. Nunca la sociedad humana fue tan eficiente. Nunca estuvo tan unida. Nunca fue tan desgraciada. 

 Solo los viejos disfrutaban del momento. Disfrutaban de las templadas mañanas de primavera. Pescaban en los abandonados mares al atardecer. Se reunían para charlar de los viejos tiempos, en los que todo era más difícil. Y por la noche, lloraban por los jóvenes. Todos tenían hijos y nietos que trabajaban en las fábricas. Todos los veían palidecer en pos de una salvación casi imposible. El fin del mundo había acabado con ellos sin haberse presentado.

 Entonces ocurrió lo inesperado. Todos los presidentes volvieron a aparecer en la televisión. Esta vez su semblante era distinto. No había sentimiento en sus palabras, quizá podía percibirse un poco de vergüenza, si se prestaba mucha atención al discurso.

 - Ciudadanos - dijo nuestro presidente - quisiera agradeceros profundamente el esfuerzo que habéis realizado durante estos meses. Para mi ha sido un orgullo pertenecer a esta gran nación, formada por tan excelentes hombres y mujeres. Sin embargo, nuestros esfuerzos por desviar el meteorito han sido infructuosos. Y con todo nuestro dolor, debemos abandonar el proyecto, pues no hay tiempo ya para rectificar. - Entonces hizo un pausa bastante larga.

 -Pero no debéis sentiros defraudados, porque vuestro trabajo ha dado sus frutos. - Prosiguió hablando - La historia hablará sobre vosotros, sobre los héroes de la Tierra que lucharon para que no desapareciese la raza humana. Por suerte, el proyecto Electus, si ha podido ser  finalizado con éxito. Y ahora, desde la nave Iterum, prometemos que vuestro sacrificio no habrá sido en vano. Encontraremos un nuevo mundo donde hacer que prospere una nueva humanidad. Que Dios os bendiga a todos.

 La emisión finalizó y fue sustituida por una red de puntos negros y grises. Muchos no terminaban de entender. Pero no importaba, pronto encontraron a quienes si lo habían entendido. Y la realidad se tornó todavía más cruel. 

 Muchos se arrojaron al mar. Otros dejaron de comer. Los más, manifestaron su rabia arrasándolo todo. Incendiaron las fábricas y los barracones. Se enfrentaron entre ellos sin justificación y sin objetivo. Solamente importaba liberar la ira, y con un poco de suerte,porque no, morir en el enfrentamiento. 

 Llegó el invierno, y todavía más personas  murieron de hambre y frío. Ya no quedaba nadie, tan solo unos pocos ancianos que escaparon de la violencia. Entonces me quedé en casa, no había donde ir. Solo ambicionaba sobrevivir hasta el día del ocaso. No quería perderme aquel acontecimiento, el epílogo de la vida en la Tierra.

 Y lo conseguí, estaba listo para deleitarme con el espectáculo. 


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