Os voy a contar una historia sobre un chico que no tenía amigos en el colegio y se pasaba el día imaginándose conversaciones con chicas para intentar conquistarlas. Este chico tenía una afición muy rara para los jóvenes de su edad y era tocar la flauta. Lo hacía siempre, cuando estaba solo en su casa y pensaba que no podía escucharle nadie. Sus padres le dejaban ya que, al fin y al cabo, no tocaba tan mal.
El muchacho se llamaba Gabriel y le encantaban las melodías románticas. Se había enamorado de una compañera de clase que seguramente no sabía ni su nombre. A pesar de que le encantaba tocar, jamás lo había hecho delante de sus compañeros por miedo a que le dijeran que lo hacía muy mal. Estando solo, disfrutaba con su música pues le hacía sentir cosas que en el mundo no podía sentir.
Un día, volviendo del colegio, se encontró una hoja de papel en el suelo. Se trataba de una partitura con sus símbolos musicales. No tenía letra y solo había escrito un título que le llamó inmediatamente la atención.
"Abre tu corazón"
De inmediato la cogió y la guardó en su bolsillo, se la llevó a su casa y cuando estuvo en su habitación a solas, comenzó a tocarla para ver cómo sonaba.
Una tras otra, las notas fueron fluyendo por su flauta hasta componer una melodía increíble. Era suave, melódica y empezaba grave y terminaba cada estrofa con agudos rítmicos que sonaban tan bien que los latidos de su corazón se aceleraban al escuchar su propia música. Nadie podría decirle que no sabía usar ese instrumento nunca más después de tocar eso. Repitió la canción una y otra vez hasta que pudo hacerlo de memoria.
Entonces salió de su habitación, su madre estaba llorando.
- Esa canción es maravillosa. Hoy he hablado con tu padre y le he pedido perdón. Dice que volverá a casa mañana.
Se había separado hacía unos meses por una discusión y aquella noticia le alegró muchísimo, pensó que se trataba de una melodía milagrosa.
Sin embargo, al día siguiente llamaron por teléfono. Su padre había muerto en un trágico accidente de tráfico. Aquello provocó que su madre le suplicara que nunca en su vida volviera a tocar esa melodía delante de ella.
Pasaron años y Gabriel había guardado la partitura en un cajón, se olvidó de tocarla y ahora la chica que le gustaba estaba con otro chico. Su amor, lejos de desaparecer, había aumentado hasta volverse casi una obsesión y al ver la melodía se acordó de lo bien que sonaba. Sin embargo recordaba perfectamente lo que había ocurrido cuando la tocó por última vez. Su padre había muerto y también a él le dolería volver a recordar esa música bonita pero funesta.
A pesar de todo volvió a tocarla y enseguida la recordó. Pensó en que durante el descanso del colegio podría tocarla para que todos le escucharan y así la chica de sus sueños le miraría y posiblemente se enamorara de él.
Así lo hizo y cuando comenzó a tocar en medio del patio de la escuela, la gente que pasaba cerca se lo quedaba mirando, emocionada. La chica que le gustaba se puso frente a él mientras tocaba y la vio llorar de emoción. Era la primera vez que le miraba, y había conseguido conmoverla con la melodía de aquella partitura. Sin embargo a él le estaba desgarrando por dentro y con la melodía tan bonita estaba despertando el recuerdo de la muerte de su padre. Con ese dolor en el corazón, lloró mientras tocaba, lo que conmovió aún más a todos los que le estaban escuchando.
Cuando terminó de tocar, la chica se acercó a él y le preguntó si él había compuesto la canción. Se sinceró con ella y le dijo que no, que había aprendido a tocarla el mismo día que murió su padre.
Ella sonrió y le abrazó.
- Lo siento mucho - dijo -. Pero seguro que con esa música su alma supo encontrar el camino al cielo.
Gabriel asintió y se dejó llevar por aquel abrazo. Aquella tarde fue maravillosa, hablaron y se contaron toda su vida. Ella le dijo que lamentaba no haber entendido que todos esos años que no la había hablado había sido por su amor incondicional.
Al volver a casa Gabriel le contó a su madre lo de su nueva amiga y ésta, por primera vez desde que murió su padre, sonrió y le abrazó.
- Lo siento, cariño. Siento haberte culpado por la muerte de tu padre - dijo, con lágrimas en los ojos.
A la mañana siguiente hubo un accidente terrible en la ciudad donde murieron cuarenta personas. Cada una de ellas eran seres queridos de los que le habían escuchado tocar aquella música celestial. Entre los muertos, también estaba la madre de Gabriel.
El chico buscó frenéticamente la partitura y la hizo pedazos. Luego la quemó y cuando no sabía qué más hacer se puso a tocar la flauta caóticamente de manera que consiguiera sacar aquella música de su cabeza. Después de aquella desgracia, nunca más se atrevió a acercarse a la chica de sus sueños. También su padre había muerto.
Volvieron a pasar años después de aquello y Gabriel había dejado de ser un chico tímido y llevaba una vida normal. Se había ido a vivir con su tía y había entrado en la universidad.
Un día conoció a una chica que era amiga de su prima. Era muy tímida, no era muy guapa pero tenían aficiones comunes. Eso les llevó a tener una gran amistad que llegó a ser tan íntima que se decidió a contarle lo que había ocurrido con la partitura. Al hacerlo, su amiga, sonrió.
- ¿Te acuerdas todavía de aquella música?
- No - dijo él -. Ni quiero acordarme.
- Conozco esa canción - repitió ella, comenzando a recitarla.
Hasta con el sonido de su voz enternecía el corazón y le hizo llorar, recordando todo lo que había pasado.
- ¿Por qué la has cantado? - preguntó él, asustado -. Ahora ocurrirán desgracias.
Su amiga negó con la cabeza.-
No lo entiendes - dijo -. Cuando tocaste esa música tan bonita, Dios os estaba mandando un mensaje. Hablasteis con vuestros seres más queridos y les perdonasteis, salvasteis vuestro amor por ellos. Las desgracias habrían llegado igualmente sin la música. Solamente os hizo abrir vuestro corazón para que pudierais despediros de los vuestros a tiempo.
Gabriel asintió, pero seguía preocupado.
- Ahora tú la has cantado y volverá a ocurrir - le dijo, asustado.
- Siempre te he querido - se sinceró ella, con ojos entrecerrados y temblando de miedo -. Desde que te conocí estoy loca por ti. Sé que no tengo ninguna posibilidad de que me correspondas...
Gabriel le cerró la boca poniendo un dedo sobre sus labios.
- Yo también te quiero - le dijo, comprendiendo que así era.
Se besaron y fueron novios desde ese día. Al no ocurrir nada catastrófico Gabriel comprendió que esa música era un mensaje divino. Puede que tuviera una maldición asociada pero si la tenía, ellos la rompieron al abrirse el corazón mutuamente.
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