LOS ARBOLES NO NOS DEJAN VER EL BOSQUE
Por MORRIS
Enviado el 25/09/2014, clasificado en Amor / Románticos
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Pablo era un chico normal, de los del barrio de toda la vida. No destacaba por nada especial, era uno más de la cuadrilla.
Como todos había tenido sus novietas pero su corazón se bebía los mares por Laura.
Digamos que Laura era lo más que por aquellos lares podía un chaval aspirar, pero ninguno era lo suficientemente bueno, guapo, rico o macizo para ella, y, a sabiendas de ello, todos los críos del barrio se derretían cuando la veían pasar.
Laura siempre iba acompañada de su amiga del alma, Esther, no tan agraciada como su amiga, pero a la cual nadie hacia el caso que debía pues siempre estaba eclipsada por la reina del barrio.
Esther llevaba unas grandes gafas de pasta negra, el pelo recogido con coletas y esos horribles aparatos bucales con hierros y gomas por todas partes que escondían su gran y maravillosa sonrisa.
A la sombra de su amiga siempre esperaba el momento en que Pablo apareciera para preguntarle algo sobre Laura, pues su gran secreto era que estaba enamorada de él, era tan grande este que ni su gran amiga del alma lo sabía.
Cada vez que Pablo llegaba se le aceleraba la respiración el corazón se le salía del pecho y no podía evitar ponerse colorada cuando éste le miraba a los ojos.
Si no le llamaba, ella buscaba una excusa para encontrarse con él en el parque, en la sala de juegos o simplemente en el rellano de la escalera.
Sus fotos adornando su carpeta del colegio y su diario lleno de corazones rodeando su nombre. No sabía vivir sin su presencia.
Como todos los chavales de su edad, Pablo, que por aquel entonces era un adolescente barbilampiño y con más granos en la cara de los que quisiera, estaba a merced de los gustos de su adorada Laura; si a ella le gustaba el color rosa el se ponía una camiseta rosa. Si a ella le gustaban los Hombres G muy a su pesar, él escuchaba en su casete e intentando esconderse de sus amigos eternas baladas y canciones pegajosas de dicho grupo sólo con la esperanza de que ella lo oyera y se acercara a su lado.
Hasta una vez se apuntó a un gimnasio sólo por que la oyó decir que le gustaban los hombres musculosos. No me sorprendió, pues todos cometíamos tonterías de esas cuando nos gustaba una chica, pero lo de Pablo rallaba en la enfermedad.
El tiempo transcurría y ningún amor decrecía, Esther enamorada de Pablo y éste a su vez tonto perdido por Laura, ninguno de los dos tenía el valor suficiente para declararse al otro.
Ya en la Universidad las cosas en vez de mejorar, se complicaron aún más pues fiestas y compartir habitación para estudiar por las noches hacía la convivencia más difícil si cabe.
Pablo era un estudiante mediocre y siempre pedía ayuda a la cerebrito de Esther, la cual accedía encantada y así poder compartir cuánto más tiempo con él mejor.
Un día al salir de clase, Pablo ensimismado mirando cómo Laura se iba con su novio en el descapotable de éste no se dio cuenta que había salido a la carretera y fue arrollado por un coche quedando en coma y teniendo que ser operado de urgencia de un riñón.
El transplante tenía que ser de urgencia o no saldría de esta con vida.
Se pusieron carteles por toda la universidad, se enviaron correos electrónicos a todo el mundo, pero no hubo ninguna respuesta.
Sólo un donante anónimo se prestó para salvar la vida de aquel muchacho, sólo uno con el suficiente coraje para poner su vida en peligro y dar una oportunidad a otro ser humano.
Con el tiempo Pablo se recuperó, pero mientras estuvo en el hospital sólo los amigos de la cuadrilla fueron a verle. Él observaba por la ventana esperando que Laura apareciera, cosa que nunca ocurrió.
Pero lo más extraño del caso es que ni tan siquiera Esther estuvo allí para darle ánimos.
El verano llegó y convaleciente aún, Pablo se fue a la piscina para que el sol curase sus heridas y allí, al final, debajo de unas enormes gafas de sol estaba su amiga Esther.
Tumbada al sol de la mañana, no se percató de la presencia de Pablo, se puso boca abajo y éste al ir a hablarla se percató de una gran cicatriz que presidía la cintura de su amiga.
En ese momento se dio cuenta de todo: de quién le había salvado la vida, de quién se había desvelado por las noches ayudándole a estudiar, de quién le llamaba incesantemente cuando eran críos, no para contarle cosas de Laura , si no para verle y estar un ratito junto a él.
Allí y en ese preciso momento se dio cuenta de todo: de lo estúpido que había sido por no darse cuenta de quién realmente lo había querido, por haberse obcecado en conseguir algo a sabiendas de que sabía nunca iba a hacerse realidad.
Allí mismo una lágrima surcó su mejilla y abrazando a su amiga, la pidió perdón por todo el daño que él le había causado y que ella le había perdonado.
Muchas veces buscamos en las estrellas lo que realmente tenemos en la tierra.
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