SEGURO QUE LO CONOCES

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Él era así, una de esas personas que pasan por la vida sin pena ni gloria, sin rumbo ni puerto fijo. Un alma errante, amigo de caminos sin final, conversador incansable y observador de estrellas.

Una de esas personas con las que cualquiera se siente a gusto, de las que te gustaría no separarte nunca y que sabes que inexorablemente te tienes que alejar.

Su voz pausada podía cautivar tu alma y parar el tiempo solo para contarte que el cielo es un mar lleno de nubes de algodón y su mirada era capaz de atravesar tu cuerpo y fijarse en lo más profundo de tu alma, sacando así el más mínimo asomo de bondad de cualquier persona.

Manos curtidas por el paso del tiempo y de los más de mil oficios emprendidos a lo largo de su más que dilatada vida.

Siempre dueño de su tiempo a cualquier hora del día y navegante de sus sueños bajo la luz de la luna. Simplemente libre, como el agua de la que bebe en el arroyo claro y que transcurre serena hacia quién sabe donde sin que ni ella misma sepa dónde ni cuándo acabará su caminar.

Se conforma con poco para poder vivir; algún rayo de sol, alguna sonrisa descarriada y el recuerdo de los besos robados que dulcemente saborea rememorando ese fugaz momento de amor en los labios de sus miles de amores imposibles.

Su recuerdo evoca imágenes difusas entre lo que eres y lo que te gustaría haber sido. El sentimiento de impaciencia de que llegue el atardecer para ver cómo se esconde el sol tras el horizonte y la eterna paciencia para observarlo esperando que vuelva a aparecer.

Su imperturbable manera de explicar todo tipo de extrañas situaciones fruto de su ilimitada imaginación era, en cierta manera, un teatro de ojos expectantes y ávidos de más historias para que, como un adicto al aire, buscar las ventanas del momento más oportuno y tomar su bocanada de vida perdiéndose en los recovecos más íntimos de su liberada mente.

El típico amigo de todos pero que no recuerda a nadie, aquel al que todos invitan y nadie le reclama una copa, al que nadie le pregunta la hora y mucho menos la edad.

Aquel que viéndole de espaldas se le reconoce por su andar pausado pero seguro y se le convida a acompañarnos solo por el mero echo de sentir su compañía.

Aquel que no tiene casa y su hogar está en cualquier parte del mundo, frío y calor a partes iguales y una historia incompleta que nadie podrá poner un fin.

El era así una de esas personas que……

Seguro que lo conoces.


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