Orlan vivía en la base de la vieja higuera, en lo más profundo del bosque de la senda del arce. Era un pequeño elfo orejudo y gruñón con un carácter agrio que deambulaba todo el día por las veredas de su querido y amado bosque.
No era lo que se llamaría un modelo de vecino según la opinión de todos los habitantes de la región. Su huraña manera de vivir, apartado de toda relación vecinal no le convertía en el más popular de sus vecinos.
Era un incansable recolector de frutas y bayas para su almacenamiento en los varios escondrijos repartidos por la zona verde del sotobosque.
Sus vecinos más próximos, los gnomos, siempre le invitaban a acompañarlos en sus fiestas y celebraciones y aunque siempre obtenían una respuesta negativa, estos no cesaban en su empeño.
Un día de otoño y sin más preámbulos, Orlan se presentó al final de una de estas, justo cuando el gran abuelo Astar empezaba una de sus increíbles historias.
Esta trataba sobre la más antigua de las leyendas del bosque ..la dama del río. Según cuenta la leyenda la criatura más increíblemente bella que vivía en el bosque desde tiempos inmemoriales que por una maldición fue obligada a vivir en el río con la única compañía de los pequeños seres que iban a beber a sus orillas y privada en todo momento de la compañía de todo ser que anduviera sobre dos piernas.
De regreso a su casa, Orlan iba refunfuñando como siempre y dándole vueltas a la historia que Astar acababa de narrar mientras la idea de descubrir si era cierta o no, se hacía más y más fuerte en su cabeza. Por lo que tomó la decisión de ir a rondar por las noches a la orilla del río que, casualmente recorría los campos cerca de su higuera.
Transcurrieron más de seis meses par que viera algo más que conejos, búhos y algún que otro ciervo. Una noche de luna llena estaba recostado en el tronco de una encina y mientras degustaba una nuez, observó cómo una luz extraña emanaba desde la otra orilla del río.
Sigilosamente se acercó y vio como cientos de luciérnagas se juntaban para dar forma a la criatura más bella que había visto en sus 253 años de vida.
La dama del río era ahora una realidad.
Orlan, incapaz de retener sus emociones se levantó y corrió a su lado pero justo en el momento de encontrarla de frente, esta se disolvió en miles de lucecitas emergentes que volaban hacia las estrellas.
En esos momentos, recordó la maldición que sobre ella pesaba y con un gesto de notable enfado le dio una patada a una piedra tornando de nuevo al hueco de su árbol cavilando la manera de encontrarse con aquella reina del río.
A veces se escondía e intentaba llegar corriendo, otras intentaba la sorpresa escondido entre la hierba, otras lo intentaba buceando en las frías aguas de la corriente pero todos sus intentos eran en vano. Lo único que le daba tiempo a ver era el espectáculo de luces subiendo hacia el cielo.
Después de mas de 20 años intentando acercarse a la bella figura luminiscente sólo por curiosidad, empezó a hacerlo sólo por el mero placer de observarla aunque fuera desde lejos, aunque la idea del acercamiento era cada vez más fuerte. Solo que esta vez ya no era la intriga lo que le motivaba. Esta vez era algo más fuerte, la necesidad de compartir su vida con alguien más que las telarañas de su cuarto y las ardillas que de vez en cuando iban a molestarle jugando en la copa de su higuera.
Orlan apenado ante la imposibilidad de su encuentro fue a pedirle consejo al más viejo y sabio del bosque; Astar el abuelo gnomo
Este le comentó que la única manera de conseguirlo era dejar de caminar sobre dos piernas y eso era prácticamente imposible a no ser que se cortara una y eso no entraba en los planes de ningún elfo.
Apenado y con el corazón encogido por el dolor se retiraba murmurando y refunfuñando hacia el viejo hueco de su casa mientras una gran tormenta arreciaba desde el cielo, de repente, un gran estruendo ensordeció todo sonido cuando un rayo seccionó una rama que cayó pesadamente sobre él y aplastó una de sus delgadas piernas.
Dos días estuvo así hasta que Lorg el hijo pequeño de Astar lo encontró y pudieron salvarle la vida, no sin antes tener que amputarle su maltrecho miembro.
Todos en el bosque temían por la reacción del elfo cuando despertara y viera que le faltaba una pierna, pues ya de por si era un gruñón y un malhumorado, ¿cómo sería a partir de ahora?
Cuando volvió en si y descubrió la falta, en vez de escupir rayos y centellas por la boca, esbozó una gran sonrisa y con infinita amabilidad, agradeció a aquellos gnomos todo lo que habían hecho por él después de cómo los había tratado durante todos estos años.
Agarrado a su muleta emprendió el camino de vuelta a casa pidiendo perdón a todo ser que se cruzaba por su camino, ahora era feliz y nadie se creía el cambio tan radical que había sufrido el gruñón de Orlan.
Al caer la noche y con pasos lentos se dirigió hacia el río, al recodo que tantas noches había ido a visitar agazapado, escondido en las sombras, aunque esta vez no tenía motivo alguno para esconderse. Esta noche se presentaría delante de la dama del río sin temor alguno a espantarla, mostrándose tal cual es, sin ningún miedo.
A eso de la medianoche miles de luciérnagas se empezaron a juntar de nuevo, como cada noche durante los últimos 22 años.
Y al terminar su transformación se encontraron cara a cara en la orilla sur del río, el pobre y mutilado elfo y la reina de sus anhelos.
Ella se acercó a Orlan y cuando le puso la mano encima, esta se convirtió en una preciosa elfa con el pelo negro y los ojos del color de las esmeraldas.
El pequeño refunfuñón sin saberlo, había roto la maldición que aquejaba a aquella preciosa criatura que a partir de ahora compartiría el hueco de la vieja higuera en lo más recóndito del bosque de la senda del arce.
Sólo cuando se desea algo de corazón, tarde o temprano termina por conseguirse sin importar el precio.
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