El deseo cumplido II

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VISITA. Pega, le digo. Sí, a ustedes les traigo lo mejor. ¿Te gusta? Le pregunta a mi mujer. Es rico, contesta ella. Muy. Da una calada y se levanta. Pone música. Diana Krall. Muy suave. Vuelve a sentarse junto a mí en el sofá. Él está frente a nosotros en otro sillón. Ella me habla al oído, que lindo es, me dice. Es lo que estaba pensando, le contesto. Terminamos el fino. Tomamos cerveza. Uf, dice ella, estoy re colocada. Reímos. Me calienta, me dice por lo bajo y otra vez se levanta. Adivino sus intenciones y me gusta. Pero me da miedo. Ella baja las luces hasta que quedamos en penumbras. Woouuu, dice él. Qué onda tan sensual. Muy, dice ella que baila sola mirándolo, exhibiendo sus hermosas piernas debajo de una solera blanca muy corta. Se le acerca y lo invita a bailar tendiéndole una mano. Él duda. Me mira. Yo, nada. Ella insiste, vení. Lo toma de la mano y lo hace poner de pie. Lo abraza por la cintura y se pega a su cuerpo. Bailan. Se separan. Se miran. Ella le desprende la camisa. ¿Qué hacés? Pregunta él. Shhh, le chista mi mujer y murmura algo en su oído. Él se ríe. Ella lame su oreja. Qué lindo sos, dice. Tengo una mezcla de sensaciones. Antes que nada, estoy muy caliente. Pero también siento unos celos espantosos. Ver que ella se pone tan puta con otro como le pasa conmigo, me da rabia. Pero a su vez me encanta mirarla, ver como toma la iniciativa, como maneja la situación, visto así, desde afuera, se aprecia mejor su talento. Tiene una sensualidad increíble y coge como nadie. Ya le quitó la camisa y baila alrededor de él tocándole apenas con la punta de los dedos el pecho, la espalda, el abdomen, la cintura. Él la atrae hacia sí, ella mete la mano entre sus piernas. Me mira y se muerde el labio. Le desprende el botón del vaquero, le baja el cierre y apoya la mano sobre el bulto. Bajate el pantalón, le dice imperativa. Martín lo hace y queda solo con un bóxer y sandalias. El bulto es notable. Ella lo mira. Yo los miro a ambos. Mi mujer levanta los brazos y él le quita la solera. Quedan a la vista sus pequeñas tetitas y una tanga súper cavada que hace más tentador su precioso culito. Martín apoya las manos en la cintura de mi mujer y amaga a bajarle la tanga. No, dice ella. Primero quiero verte. Sacátelo. Se aparta un paso para que yo también lo vea. Él se quita el bóxer y erguido se exhibe sin pudor. Contemplar su figura perfecta solo vestida con las sandalias, estremece. Es hermoso y lo sabe. ¿Cómo resistir a esa belleza? Y esa perfección se corona con una pija grande y enhiesta. Corta y gruesa, dice ella acariciándola. Me gusta. Martín se asume como objeto en exhibición y permanece inmóvil. Quiero que me hagas lo que me hiciste en el campo, dice mi mujer. ¿Qué? Pregunta él desconcertado. No te hagas el tonto, pendejo. Pendejo, repite con lascivia. Apoya las manos sobre sus hombros y lo hace poner en cuclillas. Se monta allí y él se pone de pie con ella encima y su pija dura. ¿Ves cómo sabés? O te crees que soy boluda, que no me doy cuenta cuando me quieren calentar. ¿Y sabés qué? Sí sabés. ¿Qué? Que me calentaste, dice y se frota la entrepierna contra su cuello y su nuca. Que te pedí que me bajaras porque me empapé. Y que cuando me tiré a la pileta llena de deseo y de odio decidí que me este gusto me lo iba a dar. Aprieta los muslos y cruza los pies. Ay por favor, como me gusta, dice. Caminá, le ordena. Yo lo veo avanzar con ella gozando sobre sus hombros y la verga apuntándome y el corazón empieza a latirme a mil. Se paran delante de mí. Ella se frota más y gime. Me mira. Toma a Martín por la barbilla y levanta su cabeza mientras baja la suya para quedar mirándolo a los ojos. ¿Querés que él te la chupe? Le pregunta. ¿Eh? Sí. No te escucho. Sí. ¿Si qué? Quiero que me la chupe. Ordenáselo. Chupámela, dice Martín, y extendiendo su brazo me toma por la nuca y hace que me ponga de rodillas delante de su pija. Chupá. Ella me ve arrodillado, aprieta sus muslos, pone sus pies sobre mi cabeza y dice con firmeza, chupásela, amor, y empuja mi cabeza con sus pies. Y yo la chupo. Le chupo la pija a Martín. Con fruición, con el enorme goce de un deseo contenido. Y es la primera vez que hago algo así, pero mi sensibilidad es mayor que cualquier experiencia. Y le chupo los huevos, el tronco grueso, la cabeza mocha, el glande con la punta de la lengua. Y cruzo miradas con ella que se hamaca al borde de la desesperación para que su concha roce contra el cuello y la nuca de Martín, que también siente placer y lo sé por el modo en que empieza a coger mi boca. Y somos un movimiento ondulante de pone, saca y roza del que ella es la primera en salir. Cómo la chupás amor, me dice, y parece que su conciencia sobre mi calentura y lo que hago, vuelven su orgasmo incontenible y la veo como aprieta los muslos y empieza a repetir, pendejo, pendejo, pendejo, y le pasa las manos por la cara y le mete los dedos en la boca y repite, pendejo, pendejo, qué lindo sos, pendejo. Se agarra de sus pelos, los revuelve y finalmente se afloja. Ay, por favor, dice, le pide que la baje y se echa en el sillón. Que linda acabada. Yo sigo de rodillas aunque ya no la chupo. Martín de pie, al palo. ¿No la vas a chupar más? Ella se levanta. Voy al baño, dice.


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