El deseo cumplido VI

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Martín la deposita en la cama y a mí me pone un pie sobre la espalda y me dice, échate. Y ahí quedo, echado sobre un almohadón viendo como inician la más espectacular danza de sexo que haya visto en mi vida. Él cubre a ella con su cuerpo pero sin rozarla, sosteniéndose por los brazos apalancados. En esa posición se mueve a cinco centímetros del cuerpo de ella generando un calor que de a poco los va empapando en sudor. En tanto están cara a cara, mirándose a los ojos casi sin pestañear. De pronto Martín arrima aún más su cara a la de ella y saca la lengua, ella la recibe con la suya y las dejan jugar, mientras el movimiento de los cuerpos se hace más intenso.  Él lame su cara, sus ojos, su cuello y baja hasta las tetitas. Se ocupa delicadamente de los pezones, va de uno a otro. Lo observo con atención porque ahí hay un secreto. Quiero ver si lo percibe: el pezón de la teta derecha es mucho más sensible que el de la izquierda. Cosas de la naturaleza. Hijo de puta, después de ir y venir de uno a otro dos o tres veces, se queda en el derecho, trabajándolo con delicadeza, como a ella le gusta. Pasa la punta de la lengua haciendo círculos alrededor, después lo chupetea, succiona suave y lo suelta. Y otra vez comienza el juego. Es el único contacto entre sus cuerpos que siguen provocándose con movimientos concéntricos. Ella gime. Él de tanto en tanto susurra palabras que no entiendo. Martín abandona las tetitas y baja sin rosarla hasta su vientre. A esa altura y mientras ella sigue moviendo sus caderas, él saca la lengua y la deja quieta. Ella alza apenas unos centímetros la cadera y arrima la concha a la lengua. Él echa allí su aliento, respira profundo y exhala con fuerza. Ella sube un poco más su posición, pero él hace lo mismo y evita el roce que ella busca. Entonces se plantea otro juego, la concha busca la lengua y la lengua resiste los arrimes. Finalmente, después de centrar la danza en estos movimientos durante un par de minutos, él la toca con la punta de la lengua en el clítoris y ella descarga la tensión con un sonido gutural. Él repiquetea la lengua en su concha, ella gime y pretende que la deje apoyada, pero Martín no se lo permite. Él manda, dice cómo y cuánto. Mi mujer parece desesperarse. Por momentos creo que no va a resistir, que va a apretar los muslos y va a acabar como una yegua. Pero no se entrega. Ahora es ella la que se desliza hacia abajo y sin tocarlo llega hasta la altura de su vientre, le juega con la punta de la lengua en la pija, sigue por los huevos y aparece por detrás, lo empuja por las nalgas sobre la cama y lo hace girar para que quede boca arriba. Continúan la danza, pero ahora con ella arriba. Como él hizo antes, es ella quien ahora lame su cara, sus ojos, sus tetillas, luego las caderas giran más rápido, la concha roza suavemente la pija y va y viene cada vez más cerca hasta que la apoya y se frotan. Entre uno y otro movimiento de frotación, su pija se mete. Con la pija adentro Martín la abraza y la hace girar hasta quedar arriba de ella. Entonces comienza un lento y acompasado movimiento de los cuerpos que hace eje en sus vientres. El movimiento va in crescendo con lentitud mientras ellos se miran a los ojos. Vaivén delicioso y prolongado que hace pleno el gozo de los dos. En un momento él comienza a acelerar. Ella lo sigue. Tengo la impresión de que van a estallar, gimen, bufan, resoplan, se lamen, se besan y luego aflojan, bajan un cambio y siguen cogiéndose con morosidad. Como si fuera a durar lo que queda de la noche. Y de nuevo otra arremetida que llega todavía un poco más allá que la anterior, al punto que en un momento creo que están iniciando el orgasmo. Pero cuando espero el estallido, lo que veo son las manos de ella que golpean sus nalgas y él se frena. Vuelven otra vez a la danza lenta, a las olas de placer que se ondulan y se prolongan en la orilla y con la misma sutileza crecen, suben, y se ven como una vieja locomotora a vapor que acelera sin prisa y sin pausa, y de pronto su potencia y su velocidad es plena y su marcha arrolladora. Suena el silbato, primero agudo de gemidos y jadeos, después grave de rugidos. El imprime velocidad y ella alza las caderas y le opone resistencia; sus embestidas se hacen brutales, pero ella las soporta y contraataca afirmándose en el colchón y haciendo de su cuerpo un arco tenso con pico en su vientre. Mientras sus caras se expresan en gestos apretados y venas que resaltan, sus lenguas se lamen y sus dientes marcan territorio en cuerpo ajeno. Y así, ruidosos, tensos, brutales, se exprimen hasta expulsar los efluvios sexuales, que brotan hasta por los poros, porque se coge así, con todo el cuerpo, con la piel, la sangre y la cabeza. Sobre todo con la cabeza, donde empieza todo. Donde reside el deseo. El deseo que ella extingue derrumbándose sobre la cama, permitiendo que él caiga encima, y sacudiéndose espasmódicamente para no dejar ni gota en sus entrañas. Él está inerte, apenas si le quedan fuerzas para girar sobre sí y caer de espaldas en la cama. Los escucho respirar agitados. Ella intenta recuperar el aire con respiraciones de yoga. Cuesta, fue demasiada excitación. Yo estoy al palo. Jamás hubiera imaginado nada de lo que pasó esta noche. Y creo que este polvo fue lo mejor de una sucesión de placeres. Lo gocé como un voyeur, agravado por el vínculo. Incentivado por el vínculo. Y aprendí que el placer de mirar va más allá de la vulgar paja, porque uno coge con los que mira, y el placer de acabar es el de ellos. Ahí reside el goce, por eso no me importa seguir al palo porque en mi cabeza se descargó todo cuando ellos descargaron.


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