Mientras, él te va contado las miles de historias reales o ficticias, pero siempre maravillosas de cada lugar, plaza, estatua o edificio de la ciudad como si realmente de un guía turístico se tratara.
El Louvre, la belleza de sus cuadros te deja apabullada mientras los observas, sin darte cuenta de que a la vez, eres observada por Albert como si fueras el más valioso cuadro allí colgado.
Te giras un momento y por el rabillo del ojo te percatas de su mirada haciendo que el rubor vuelva a reaparecer en tus mejillas mientras que una sonrisa de infantil maldad asoma en tu cara.
La majestuosidad de Nôtre-Dame te hace sentir un ser minúsculo cuando atraviesas sus puertas cogida del brazo de tu noble acompañante. Tu garganta está castigada al más bello de los silencios mientras absorbes con avidez las explicaciones de tu guía particular.
Tú miras la inmensidad de la catedral y él la profundidad de tus ojos.
Se hace tarde y después de cenar algo liviano te deja en la puerta de tu hotel no sin antes emplazarte para mañana en el mismo sitio. Un beso en la mano sin llegar a rozarte con los labios y tu piel se conmociona de tan manera que sin saber que decir te giras y sales corriendo hacia en interior del hotel, dejando caer sin querer el pañuelo que llevabas rodeando tu cuello. Realmente un verdadero regalo para el duque.
Al abrir la puerta de tu habitación un espasmo recorre todo tu ser al descubrir que esta, está llena de rosas rojas y lirios blancos con una nota que dice de París para su amante.
Te acuestas sobre tu lecho dejándote inundar por los miles de pétalos que en ella yacen y por el recuerdo de esos ojos clavados en tu ser durante todo el día de hoy. Esperando con ansiedad que el día despunte para volver a encontrarte con él.
A la mañana siguiente un café, un croissant y a esperar la llegada de tu duque que como te imaginabas llega con puntualidad británica.
Primero una visita al centro nacional de arte Pompidou y después a hacer alguna compra en las galerías Lafayette. Tras estar todo el día dando vueltas por los lugares más vistosos de París y hablar de mil y una cosas intercambiando miradas y algún que otro roce buscado de manos, os adentráis en el mítico Moulin Rouge para pasar una velada más desinhibida, no tan formal. Con la música, el baile de las coristas y el champagne, lo que antes eran infantiles roces, se tornan ahora en dos manos unidas en un tembloroso baile de dedos y siempre su mirada clavada en tus profundos ojos verdes.
Termina el espectáculo y te invita a un pequeño crucero nocturno por el Sena. Al salir, el fresco se ha adueñado de las calles y Albert te protege los hombros con su capa mientras al hacerlo deja resbalar su mano con intención dejándola descansar en tu cintura, lo cual aceptas con agrado pues te mueres de ganas de que sus labios se duerman en los tuyos.
De camino al embarcadero os detenéis para observar cómo las estrellas brillan plácidamente en la más bella noche que jamás hubieras imaginado.
Sin esperarlo él se para y te mira a los ojos, mientras con ambas manos en tus mejillas, acerca lentamente sus labios a los tuyos y te besa dulcemente bajo la moribunda luz de una farola.
Esa noche no volviste al hotel, esa semana no volviste al trabajo, esa vida de penas y sufrimiento terminó para ti y empezaste a vivir lo que siempre habías soñado.
Una vida de ensueño en la ciudad del amor. París.
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