Ocho y media de la mañana, el sol ya brilla en el cielo desde hace rato y por la eterna recta que pasa por delante del bar se puede percibir el sonido de unos motores que se acercan.
La Espuela es el típico bar de carretera ambientado en el salvaje oeste y con buena música country y Rock & roll, que abrí a mediados de los setenta, en mi época hippie, cuando todo era rebeldía y libertad.
Fue por aquel entonces cuando conocí a Jake, un verdadero rebelde y motorista empedernido hasta la médula. Un tipo rudo y con cara de pocos amigos que visitaba de vez en cuando los locales menos recomendados de la ciudad.
Ya en aquellos tiempos se hacía acompañar por motoristas con no muy buena presencia pero que él mantenía a raya con una sola mirada. Era el macho alfa, el único e indiscutible soberano de su reino sobre dos ruedas.
Era una época en la cual todavía no tenían establecidas normas ni leyes escritas, y ni tan siquiera llevaban colores y, por supuesto, no existía local de reuniones, así que se establecieron después de unas cuantas borracheras en mi bar.
¿Para qué pagar un alquiler si ese dinero lo puedes destinar a cerveza en el local de un amigo?
Tras haber pasado mil vicisitudes juntos (tema para otra historia) Jake y yo nos convertimos en hermanos de sangre. No hacía falta preguntar. Uno llamaba y el otro acudía. Punto.
Con el paso de los años, aquel grupo de alocados amigos se convirtió en algo más serio. Todo un M.C. (del cual no voy a decir el nombre) donde lo que empezó solo como un divertimento o una forma de romper con las reglas establecidas, se convirtió en toda una institución dentro del mundo de las motos.
Conocido y admirado por unos y temido por otros, pero siempre respetado por todos.
Todo eso gracias a la buena actuación de Jake para con sus hermanos de viaje. Justo, serio e inevitablemente envidiado por muchos.
Era un tipo de esos que no te gustaría encontrarte por la noche y el cual no haría daño a una mosca si no hiciera falta. Aunque lo mejor era quitarse de su camino por si por algún motivo te convertías en esa mosca.
No es muy recomendable enfadar a un tío de casi dos metros y un montón de kilos debajo de la chupa de cuero.
No le hacía falta la compañía de sus hermanos para amedrentar al más pintado y eso lo aseguraba su no muy escueta ficha policial. La hermandad ante todo y sobre todo, ese era su lema y nunca lo rompía aunque eso significara unos días a la sombra.
Siempre era el primero en llegar, siempre en cabeza marcando el camino a seguir. El primero en recibir el agua, los mosquitos o las piedras de la carretera.
Él era el guardián, el cuidador, el guía y el pastor de su rebaño y que ni el mismísimo Satanás se atreviera a meterse con una de sus ovejas pues lo perseguiría hasta el último rincón del infierno en busca de justicia .o venganza.
Aunque siempre estaba rodeado de gente, de su gente, siempre estaba solo. En su interior la soledad del jefe campaba a sus anchas.
Allí nadie movía un dedo sin su consentimiento, todo tenía que ser consultado antes de nada, todo pasaba por él.
Y él no se podía permitir el lujo de que no fuera de otra manera si quería que todo funcionara correctamente, que todo fuera sobre ruedas.
No hay amigos cuando eres el que está arriba, ese es el precio que tiene que pagar para que su mundo se mantenga en pie, sin amigos ..excepto yo, ¡Claro!
Y ahora venía con sus hermanos a La Espuela a pasar un rato con su amigo y posiblemente a terminar la noche en cualquier otra parte borracho y en brazos de alguna mujer de dudosa reputación.
¡Dios, que vida! Aunque . Para vivir así .lo mejor es no morirse nunca.
Fuerza y honor.
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