Tu coche se para en un camino desconocido una noche de tormenta y, a lo lejos divisas una luz que te lleva a una casa.
La puerta entreabierta te invita a pasar, llamas pero nadie te responde.
En el salón encuentras una chimenea encendida y, a sus pies una gran manta de piel negra en la cual, después de haberte quitado la ropa mojada, te envuelves.
Cansada te quedas dormida en un feliz y placentero sueño.
Cuando despiertas y miras a tu alrededor te das cuenta de que alguien sentado en un gran butacón rojo te está mirando.
No puedes discernir su rostro oculto tras un antifaz.
Extrañamente no sientes temor alguno pero si haces el amago de salir huyendo, cosa que te es imposible pues tus músculos no responden.
El extraño te susurra algo que en un idioma incomprensible para ti, te tranquiliza y a la vez te excita. Este se levanta y con pasos pausados se acerca a ti y sin tocarte te acaricia el cuello y susurra algo al oído que hace que un escalofrío de placer recorra todo tu cuerpo.
Lentamente va quitando la manta que tapa tu cuerpo desnudo y tú como una niña te ruborizas, pero quieres que siga por que esa sensación tan placentera va in crescendo,
La voz te envuelve y te abstrae como un canto de sirena.
Increíblemente excitada intentas alcanzar su mano pero cada vez que lo intentas este se desvanece para aparecer de nuevo junto a ti.
Tu calor va aumentando a medida que se va deslizando la única ropa que te cubre por tus piernas.
Una última palabra hace que un shock de placer te lleve al orgasmo más grande y más inolvidablemente placentero que hubieras podido tener antes.
Agotada te vuelves a dormir y, cuando despiertas recoges tu ropa y te marchas en el extrañamente reparado coche.
Días más tarde la curiosidad de saber quién era el extraño que te hizo vibrar vuelves a intentar encontrar la casa donde te refugiaste de la tormenta, pero aquel cruce no existe ya y la casa son un montón de ruinas.
¿Qué paso? Te preguntas por un momento.
¿Fue un sueño? Intrigada vuelves a tu casa y, al ir a recoger el abrigo del asiento trasero, encuentras una máscara que te resulta familiar.
La máscara de aquel que te hizo sentir cómo nunca antes sin tocarte.
Con una sonrisa de felicidad la sujetas contra tu pecho y vuelves a descansar a casa.
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