El manto oscuro de la noche cae sobre los tejados de las casas y esconde las más oscuras pasiones y los más grandes amores. Hace brotar los más íntimos sentimientos y las más amargas sensaciones, seduce a las almas perdidas y confunde sueños y deseos.
Cómo cada noche la luz de su cuarto se enciende y sus cortinas se abren para poder dejar entrar la pálida luz de la luna por su ventana. Un frescor embriagador invade la estancia cuando las ventanas son abiertas para poder asomarse bien y observar con ojos melancólicos las estrellas.
La eterna enamorada de nadie y de todos, la que suspira por su amor inalcanzable y deja escapar ríos de lágrimas por los cauces de sus mejillas cuando nadie la está mirando.
Aquella que a la luna le cuenta sus penas y alegrías, sus dichas y desdichas, sus amores y desamores, sus encuentros y desencuentros.
Aquella que a mil encuentros nocturnos se le suman mil despedidas matutinas, aquella que es capaz de hacer mariposas de colores con sus ilusiones y lanzarlas al aire para que jueguen con la brisa de sus emociones.
Mirando al cielo con su mirada perdida, acierta a divisar como un conjunto de estrellas se unen y conforman el rostro de aquél tantas veces añorado. Aquel que alimentaba sus deseos y cortejaba sus sueños cada noche en su alcoba.
Aquel que nunca la dejaría y la acompañaría hasta el final de sus días en un largo y lento caminar bajo el arco iris a través de la senda de los amores inmortales coronada por millones de estrellas de plata.
Aquel que la escucharía y entendería, aquel que la abrazaría suavemente contra su pecho y con cada latido de su corazón compondría una preciosa canción de amor.
Alza su mano para alcanzar las estrellas y al ver que como siempre, como cada noche, su realidad sigue siendo insoportable se cubre el rostro con las manos para evitar que la luna la vea en tan cruel tesitura.
La brisa nocturna que mandada por la reina de los cielos alcanza a acariciar los pómulos de la eterna enamorada para secar las lágrimas que de sus ojos manan para depositar dos de ellas en el quicio de la ventana y conformar dos estrellas que lentamente se unen formando una sola.
Lenta e incrédulamente ve cómo dos cuerpos se unen delante de sus ojos y alzando la vista hacia el oscuro cielo los cierra y pide un deseo.
La reina luna en su magnificencia y no pudiendo soportar el dolor que cada noche se hospeda en su corazón se lo concede sin más dilación.
Un haz de luz la cubre por completo haciendo que sus pies se despeguen del suelo y emprenda un maravilloso viaje que la va acercando más y más junto a su amado, junto a su estrella, junto a su sueño tantas veces pedido y tantas otras prohibido.
Y allí cada noche, junto a la madre Luna, brillará por siempre junto a su amor. Esa es la estrella que cada uno elige para que le alumbre en su camino, en su peregrinar por este mundo.
Esa es la estrella a la cual cada uno le cuenta en secreto sus emociones, la estrella que todos tenemos y que alguna vez como a la eterna enamorada se le concede su deseo.
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