Un día como otro cualquiera

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Suena el despertador. Te levantas de la cama por que te tienes que levantar. Es así. Te
levantas, aunque te apetece lo contrario. Pero te tienes que levantar. La melodía del
despertador forma parte de ti. Ya no hace falta ni que lo programes. Tu cerebro te
despertará. Tú estás programado. Tienes que desayunar. El hambre te obliga. Eres su
esclavo. Pero, si lo piensas bien, no sabes realmente lo que es el hambre. No lo sabes y
lo sabes a la vez. Lo sabías incluso antes de que nadie te lo dijera. Incluso antes de que
aprendieras a hablar y andar. Tienes que coger fuerzas para ir a trabajar. No te apetece
pero tienes que hacerlo. De hecho, te apetece lo contrario, pero tienes que ir. Es así. Aún
sabiendo que nadie te obliga. Si no vas, no pasaría nada. Te despedirían. No te darían
indemnización. Pero, que tiene que ver eso con estar vivo. Seguirías vivo. Vivito y
coleando. Pero tienes que ir. Y tienes que saludar a la gente. Gente que te molesta.
Gente que te da asco. Gente que si se muriese tu no notarias la diferencia, excepto por la
tranquilidad que te inundaría. Pero tienes que saludarles y sonreírles.
Hoy es un día normal, como todos los demás. Pero, ¿porque es este y no otro?
Hace un rato estabas soñando, pero no lo has sabido hasta que has despertado.
¿Por que no puede ser esto un sueño y antes estar despierto?
Puede ser hoy el día que cambie tu vida para siempre o uno como todos los demás. Pero
cada día cambia tu vida para siempre en cierto sentido. Es un proceso lento. Te gustaría
que ocurriese rápidamente. Como al que le toca la lotería. Pero a ti no. Nunca te pasará
eso y lo sabes. Tienes que concentrarte a diario para no volverte loco. Hace tiempo
descubriste que quejarse no sirve de nada. La gente no te entiende. Pero tú tampoco a
ellos. La razón es que ellos no ven el mundo que tú ves. Cada uno ve su mundo y su
realidad. Por eso no te entienden. Por eso prefieres callarte y pasar el rato. Pasar el rato
dentro de tu imaginación.
Hoy es un día como otro cualquiera. Pero hoy has echado en las botellas de agua y de
zumo de limón de tus compañeros de trabajo orín mezclado con amoniaco. Para animar
un poco la fiesta. Has echado en los recipientes de plástico donde guardan la comida
gotas de laxante y acto seguido has tirado a la basura todos los rollos de papel higiénico.
Le dices a uno que otro habla mal de él. Le dices al otro que un tercero le pone verde y
así sucesivamente. Para caldear el ambiente y no aburrirte.
En los trascursos de tiempo que andas por la calle rayas coches y pinchas ruedas. Para
pasar el tiempo. Pero que no te vean, que no te quieres llevar un par de ostias. O a lo
mejor sí. No lo sabes.
En el agua de la cafetera común del trabajo echas heces y lo remueves con el agua, que
no se ve. Para que el capuchino tenga más sabor. Cortas la llave de paso general, para
que la gente no pueda tirar de la cadena. Te diviertes con esos idiotas. Robas una cartera
de una mochila para meterla en otra que, evidentemente, no es la tuya. Por diversión.
Metes una revista porno gay, que acabas de comprar en el quiosco de la esquina, en una
mochila de uno de los que mejor te caen, en el bolsillo que nunca abre. Para que la
encuentre su mujer cuando vaya a hacer la colada.
Metes un plátano en el tubo de escape de otro cualquiera.
Eyaculas en tu mano y restriegas tu semen por todos los pomos de todas las puertas de
todo tu trabajo.
Juegas con la gente para pasar el rato.
Para que sean un poco menos felices y no se aburran.


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