Me está matando este dolor en el pecho. No creo que esto me haga más fuerte, lo único que deseo es que pare. Siento como si me estuvieran clavando espadas por todo mi cuerpo. Creo que es el peor dolor que una persona puede experimentar nunca.
Necesito despertarme, sin recuerdos, con la cabeza bien despejada preparada para enfrentarme a un nuevo día. Siempre tengo los tengo presentes. Siempre. Y cuando menos me lo espero nuestra canción favorita suena en la radio. Me han hecho daño, mucho daño, sin causas, sin motivos y sin ninguna expectativa. Así sin más, sin merecérmelo, sucedió. Y desde entonces una gran muralla he construido en mi castillo, para no sufrir nunca más de esta manera tan desgarradora. Porque desde ese día no soy la misma persona.
¿Por qué? Es la pregunta que me hago en cada momento. Lo di todo o estaba dispuesta a seguir dándolo. Confiaba en él, nunca me lo hubiese esperado y desde luego, jamás lo hubiese hecho yo. Arrastró con todo lo que había a mi paso, me dejó completamente desolada. Parece mi interior un campo arrasado por el fuego, o como si hubiesen lanzado una bomba quedando todo desierto.
Es difícil cultivar semillas en esta tierra, es difícil creer en las personas, es difícil creer que este dolor se va a acabar. Porque viene y va todos los días. Porque sigo mirando al suelo, temiendo de lo que me pueda pasar, sigo teniendo miedo a la vida. Sigo manteniendo la cabeza hundida entre los hombros esperando que Dios se dé cuenta de que estoy aquí y que necesito su ayuda. Porque no puedo seguir llorando entre las sábanas, ya no me quedan fuerzas.
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