Tristeza eterna

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Alguien dijo que el tiempo es el espacio que media entre los pensamientos. En aquel momento, no era consciente siquiera de sensación alguna que pudiera equipararse al espacio o al tiempo. Tan sólo sentía que me hallaba allí, percibiendo la frialdad de aquella extraña y grisácea ciudad.

A pesar de que todo era desconocido, una incomprensible sensación de familiaridad, como de reencuentro con una niñez traumática y olvidada emanaba de aquellas calles y edificios que parecían rescatados de la Varsovia de los años cincuenta, donde el hambre, la atonía y la miseria presidían el día a día de sus aburridos habitantes.

A penas había dejado de reflexionar sobre aquel lugar y sobre mi presencia en él, comenzó el cortejo. Los integrantes del desfile lucían en sus cabezas un gorro que parecía de cuero del que pendían dos enormes conos. Si no fuera porque aquellos individuos aparentaban tener más de treinta y cinco años, hubiera creído estar presenciando una fiesta de fin de curso donde unos niños iban disfrazados de diablos y desfilaban al compás de una sorda percusión de tambores y metales sin resonancia.

Acabada aquella especie de charada, un desconocido de voz neutra, carente de cualquier acento que pudiera ubicarla en cualquier provincia o país, me acompañó al que sería mi nuevo hogar. Se trataba de una especie de hostal que no sólo no desentonaba con el resto de la ciudad, sino que su dejadez y abandono se evidenciaban por las cucarachas ya resecas que pendían de varias telarañas.

Cuando subimos la angosta y húmeda escalera, mi acompañante le propinó un ligero golpe a la llave antes de sacarla de la cerradura.

Hasta aquel momento, me había sentido desorientado y aturdido tanto por la razón por la que me encontraba allí como por aquel grotesco desfile del que me sentía su principal protagonista. Pero fue un simple gesto de mi acompañante el que despejó todas mis dudas. Su dedo señaló el interior de la habitación en la que sólo había una cama y un combado estante de madera en la que se confundían la pintura reciente con la antigua y que contenía varios platos y vasos ya traslucidos por el desgaste. Aquel gesto era, en realidad, la bienvenida al lugar donde la tristeza se torna eterna para los que ya no están.


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