Contratando miseria

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La risa de Manolo alternaba con accesos de tos y alguna que otra arcada causada por los incontrolados sorbos de un whisky servido en vaso ancho y poco hielo.

- Bueno, es lo que tiene llegar tarde a la fiesta, que te la pierdes y encima te ponen los dientes largos- exclamó con disimulada seriedad Perfecto que acababa de entrar al reservado del club donde Manolo y Riquelme disfrutaban de la placentera rutina de los sábados por la noche, es decir, de unos cuantos chivas y de la compañía de unas cuantas muchachas de raza eslava.

- Anda, cuéntaselo- espetó Riquelme a Manolo con sus aires de perdonavidas de cortijo.

- No, no, que a mí cuando me da la risa...

- Pues nada, Perfecto, que esta mañana aquí servidor y tu antiguo socio hemos asistido al combate del siglo.

- Venga, no me digas que ha habido una velada de boxeo y vosotros dos habéis pasado de mí- contestó Perfecto con cierto resentimiento.

- Que no, tonto, que no. Que nada más llegar a la fábrica estaban esperándome Locomotoro y Amargadín.

- ¿Te refieres al abuelo aquel de unos sesenta años y con los pulmones hechos cisco y el chaval ése de unos treinta años, el que estaba de administrativo en el ayuntamiento, el interino?

- Los mismos, Perfecto- añadió Manolo- Yo había ido a hacerle una visitilla a Riquelme, y no veas la que se montó.

-Ufffff- repuso Riquelme- El viejo, con los pitos esos que suelta cada vez que dice una palabra, gritando: “¡Seiscientos! ¡Seiscientos!”.

- No es que quisiera un seiscientos, no- exclamó entre risas Manolo.

-Manolo, que Perfecto no es tonto y sabe de qué va la cosa. Pues bien, y mientras tanto Amargadín, a punto ya de llegar a las manos, con esa vocecilla de perroflauta que tiene el desgraciado:”¡Quinientos, quinientos!.

- ¿Y contrataste a alguno?- preguntó Perfecto.

- Alguno, dice- añadió Manolo ahogándose en una interminable risilla- ¡El copón!

- Pues mira, ¿te acuerdas del alemán ése, el de las tres carreras? Al final, eso sí, después de reírnos un ratito más con la pareja, arreglé un contratillo de esos, ya sabes: un mes, jornada laboral de catorce horas diarias...

- ¿Y Seguridad Social?- preguntó Perfecto.

- ¿Seguridad? ¿seguridad?... la seguridad de que me voy a endosar una buena subvención por contratar al guiri y de que, eso sí, mi ahijado, el hijo de tu ex socio aquí presente se queda conmigo. Que los amigos son los amigos.

Las palabras de Riquelme tuvieron su recompensa ya que los tres vasos se alzaron en un brindis y una salva de risas atronó en la habitación cuando volvieron a recordar las tribulaciones de Locomotoro y Amargadín, los administrativos cuyo única y posible meta era mendigar día tras día un mísero contrato en las peores condiciones para ellos y en las mejores para sus amos.


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