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-Toc, Toc-
-hija no abras la puerta- gritó mamá desde la cocina.
La niña dejó sus muñecas sentadas en el muro y caminó por el largo corredor iluminado tan solo por la luz temporal de los carros que pasaban. Al abrir, unas manos la tomaron desde afuera y tapándole la boca susurraron.
-Hija, sabes que no me gusta que juegues en esta casa abandonada-
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