- ¡Nos han descubierto! - El grito de Mayze sonó desesperado.
- Tranquilo, explícame que pasa. ¿cómo nos han podido encontrar? - Le respondió Gregory con la voz más calmada que le fue posible entonar. Mayze era nuevo en esto y debía transmitirle la impresión de que tenía todo bajo control. Sería trágico si él entraba en pánico.
- He visto acercarse por el este una columna de soldados del barón Von Stenberg. Diría que son alrededor de dos cientos. Creo que Fritz nos ha delatado, nadie más conocía nuestro paradero. ¡Ese malnacido! ¿Qué vamos a hacer ahora? - Mayze era un manojo de nervios, quizá Gregory se había equivocado al reclutarlo. Pero fue tan insistente.... parecía que tenía lo necesario para llevar esta vida. Sin duda, se había equivocado.
- Creo que iremos a hacerle una visita a nuestro querido amigo. Seguro que se alegrará de vernos. - Quedó con la mirada perdida, pensando en la venganza. Aquel traidor pagaría por su falta. Casi se alegraba por su traición. Ahora podría acabar con él sin temer las represalias del consejo.
Bajaron las escaleras hasta la planta baja y volvieron a asomarse por la ventana. Los soldados no se estaban dando mucha prisa. La noche era cerrada, así que salieron por la puerta principal sin ningún disimulo. Se lanzaron colina abajo a la carrera. Aumentando a cada paso la distancia con sus cazadores.
Cuando se creyeron a salvo, giraron hacia el norte. Directamente hacia la casa de Fritz, Le conocían bien. Debía de estar ya celebrando su muerte con un gran banquete. Cercenarían su cabeza antes de que se diera cuenta de lo que estaba pasando.
Por fin llegaron a la pequeña casa. El jardín estaba a oscuras, pero en el interior había varias lámparas encendidas. Por la ventana podía verse la silueta de Fritz. Andaba de aquí para allá, con cierta premura.
Los dos compañeros irrumpieron en la casa a través de sendas ventanas, dejando a Fritz en mitad de ellos. Fritz corrió hacia la puerta. Pero Mayze se interpuso en su camino. Aparecieron entones varios soldados con el uniforme del barón Von Stenberg. Habían cambiado las tornas tan rápidamente, que no les dio tiempo a reaccionar. Fritz reía sonoramente mientras paseaba a su alrededor. No había escapatoria. Este parecía ser el final. Una espada ya cortaba el aire dirigiéndose a la garganta de Gregory.
Entonces se incorporó de un salto, con la respiración entrecortada. Todo había sido una pesadilla. Se dio unos segundos para calmarse. Por la persiana se colaba todavía algún rayo de sol. Así que volvió a tumbarme en su ataúd.
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