El deseo arde en el trío V

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DESPEDIDA. Vuelvo de a poco. Estoy solo. Escucho el agua de la ducha.  Ellos están en el baño. Llegan sus voces. Qué bobera, dice él. Yo diría qué cogida, quedé molida, dice ella. Ahora sí, te juro que no quiero más. Estuvo re bueno, dice él. Más, dice ella, tremendo. Al menos para mí, que en un momento parecía el jamón del sándwich. Ufff, hay que bancar con este cuerpito. Y bancaste, digo yo entrando al baño. Están los dos compartiendo la ducha. Vení, dice ella, metete. Tres es demasiado, digo. Depende para qué, dice él. Tenés razón, depende para qué. Traeme el toallón que te dejo el lugar. Me acerco y la envuelvo con la toalla. Me da un pico y me meto bajo la ducha junto a él. Dale que está preciosa. ¿Qué? Esta, dice y tomando mi mano la pone en su paquete. Qué guacho, dice ella que nos mira desde afuera. ¿No me digas que seguís con ganas? Él sonríe. ¿Querés ver? Pregunta. Sí, pero desde afuera, yo realmente no doy más. Ah, sacás platea para el show, le digo. Si hay show… me contesta. ¿Vos que decís? Me pregunta Martín. Nos miramos. Estamos cara a cara bajo el agua de la ducha. Siento su mano en mi paquete. Aunque sensible, mi pija descansa. En cambio la suya va adquiriendo volumen y consistencia. Qué cosita linda, dice él, parece un pajarito mojado. Y baja. Se pone de rodillas, coloca mi pija en la palma de su mano y le da besitos. Con toques de lengua busca reanimarla. A ver ese gorrioncito, dice y me la besuquea con descaro. Ese gorrioncito ya voló y ahora necesita descansar, le digo. Marín se pone de pie y me besa con dulzura en la boca. Luego me gira bruscamente, apoya con fuerza una mano sobre mi cervis obligándome a inclinarme hacia adelante hasta apoyar las palams de las manos contra los azulejos, y con la mano que tiene libre empieza a darme nalgadas de uno y otro lado, cada vez más fuertes, más pesadas. Mi cola arde y mi pija empieza a levantarse. Él no me da tiempo ni a la más mínima resistencia, me apoya y me pasa el jabón entre los cantos para lubricar, luego empuja. Me estás cogiendo, turro. Me estás cogiendo otra vez. No habla, solo me respira fuerte y tibio en la oreja. Y me coge. Y el azote de su mano repiquetea otra vez en mis nalgas. Hijo de puta, le digo y amago a zafarme para que él insista con los chirlos pesados y ardientes. Luego me aprieta por la cintura y me coge rápido y fuerte. Fifón, le digo, pendejo fifón. Giro la cabeza y la veo. Ella nos observa fascinada. Está preciosa, con el pelo húmedo y la mirada asombrada. Disfruta de lo que ve, pero sin la urgencia de la calentura. La entiendo, yo también disfruté viéndolos coger y sé lo que se siente. Martín lo hace tan bien, se adueña de tal forma del otro que es inmenso el deleite que causa verlo coger cuando uno no está ardiendo. Pero en este caso, ardo. Arden mis nalgas, mi ojete, mi pija. Y él coge, coge y coge. Parece un perro alzado, prendido a mis caderas, abotonado a mi culo, cogiendo y cogiendo. Lo siento todo, todo adentro. Cada golpe de su pija, cada arremetida, es una sensación de goce que aumenta mi calentura. Cómo me gusta todo lo que me hacés, le digo. Él acelera, me muerde, me aprieta. Qué bien me cogés, le digo, y se entusiasma aún más. Sus movimientos se vuelven violentos pijazos, y toma mi pija con su mano y la pajea. No voy a resistir mucho más. Pijazo, pijazo, pijazo. Me voy, le digo, y él aumenta el ritmo de la paja, hunde su verga en mi culo y bufa. Martín, Martín, Martín, repito, dame Martín, dame divino. Me emperra a toda velocidad y siento un líquido tibio corriendo por dentro de mi cola, y él que me dice, Ale, y al escucharlo decir mi nombre no aguanto más y largo mi leche, que salta mientras le digo, eso, divino, eso. Y sacude su pija dentro de mí para rematar el polvo. Ale, como me gustás Ale, dice jadeando. Se desprende de mí. Giro, nos besamos. Clap, clap, clap. Ella nos aplaude. Hermoso. Los cuerpos, los sonidos, es hermoso, dice. Enjabono a Martín, lo labo, lo enjuago. Ella lo espera con el toallón y lo envuelve. Le da un pico. Yo cierro el agua y salgo. Ellos disputan por sostenerme la toalla. Martín, Martín… Ale es mío, ya bastante con que te dejo cogérlo. Celosa, tremenda, dice Martín. Ah, querido, yo lo mío lo cuido, dice quitándole la toalla con la que me envuelve. Me seca y me besa en la boca. Volvemos al living. Bueno, dice Martín terminando de vestirse, la pasamos bomba, espero que se repita. Vemos, dice ella. Mientras haya fuego, digo. Muy poético, dice ella, yo diría mientras sigamos calientes. Los tres, agrega, y me mira con complicidad. Martín se despide y se va. Ella me dice, ufff, ya son las tres, estoy muerta, horas garchando. Qué raro que no te prendiste en el último polvo, le digo. No daba más, cuando cogimos los tres no sé las veces que acabé. Los orgasmos me venían en oleadas que no terminaban nunca. Era como que se diluían para volver a empezar. Hasta que no di más y se cortaron. Te juro que en un momento creí que me moría cogiendo. Una muerte feliz, le digo. Ahora me cago de risa, pero te juro que un poco la paranoiquié, creí que no se iba a cortar nunca, que me disolvía. Qué loco, le digo. Gocé como yegua, pero quedé hecha percha. Vamos a la cama. Negrita, te amo. Yo también te amo. Pero por unos cuantos días, ni me hables de coger.


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