DECLARACIÓN DE AMOR

Ella no dijo nada. Mirando al suelo pudo ver su sombra proyectada por las farolas que iluminaban el paseo. Bajo la copa de una alta palmera su belleza aumentaba por momentos. No podía dejar de mirarla. Tenía un aspecto inocente, de indefensión. No sabía qué hacer y tampoco iba a hacer nada para salir de dudas pero ahí estaba. Una de las escenas más bellas que había visto.

Sus finos labios carnosos siempre le habían llamado la atención de ella. Sus rasgos suaves y delicados, como si de un hada se tratase. Era como un ángel que hubiera caído del cielo por accidente. Su melena rubia-castaña le recorría indómita hasta los hombros, cuidada pero no cortada de manera uniforme. Aquel aparente desorden era lo que hacía a su pelo tan hipnótico.

Cuando caminaba se mecía de un lado a otro, suavemente, como si dentro de él durmiera un bebé. Pero cuando andaba con rapidez era como si un huracán hubiera sido despertado. Yendo de lado a lado con furia.
Sin embargo, y a pesar de la apariencia de su pelo, ella era la persona más dulce que había conocido. Desde que se habían conocido ninguno de los dos solía dirigirse la palabra directamente, siempre con algún amigo. Había sido así como se habían conocido, gracias a sus amigos. Pero él era consciente de las dulces sonrisas que ella le dirigía cada vez que contaba algo gracioso, o cuando no paraba de reírse, y aquello era algo que hacía derretirse a su corazón. Y al mismo tiempo ella se percataba de las miradas que él le dirigía, no al escote, sino a los ojos, al pelo, a los labios. Eso era lo que más le gustaba de ella, sus labios. No pasaba un solo día en que no quisiera rozarlos con la yema de los dedos.
No sabía que era lo que ella estaba pensando, y ojalá lo supiera para saber qué hacer. Pero eso era lo mejor. La emoción de no saber qué va a pasar. Aquello que te carcome por dentro hasta que lo haces.
Le diría todo lo que sentía, desde el momento en que se conocieron sintió algo. No sabría decir qué, ni por qué, pero fue como un pinchazo en el estómago, y una sensación de mareo, en el momento en que una suave brisa otoñal le acariciaba el rostro. Haciéndole sentir en pleno vuelo. Pero las mariposas ya habían escapado de su estómago y ahora era el momento de la verdad, le diría todo que le sentía.
Adoro tu cabello que se pierde más allá de tus hombros cual cascada indómita y furiosa. Si pudiera rozar tu melena con los dedos sentiría la calidez de tu sonrisa al tacto, y la frescura de un puro manantial corriendo entre mis dedos.
Cuando te miro a los ojos siento que estas lejos de mí, inalcanzable, y que no te importo lo más mínimo. Pero cuando tu mirada se junta con la mía, es como un torrente de alegría inundando mi corazón por completo y cubriendo todos aquellos huecos que antaño me producían tristeza. ¿Debería saber lo que sientes? No lo sé, y por eso te estoy diciendo esto. Mataría por una mirada tuya, y daría mi vida por ver tu sonrisa una vez más. Sé que suena típico decir todo esto, o tal vez sea extraño no lo sé. Como verás no soy acostumbrado invitado en el amor, pero creo que sé lo que siento, y cada vez que te veo, ese sentimiento se hace más fuerte.
Tus labios son como las puertas a un palacio de cristal, tan delicado como una estrella, puro y hermoso, como tu corazón.
Esto sale desde mi corazón y pensamiento, y sería maravilloso poder reforzar todo lo que acabo de decirte, conociéndote mejor. Te quiero. ¿Quieres dar un paseo?

Sería todo lo que le diría. Ella aguardaba bajo la copa del árbol, apoyada contra su tronco, y se preguntó si no tendría hormigas. Lo miró a los ojos. Él sonrió nervioso, y ella, como si viniera desde el mismísimo cielo, le dedicó una pequeña sonrisa con sus finos labios. Pequeño gesto, que fue un delicado y puro beso a su misma alma. Respiró hondo, se armó de coraje, y cogiéndole de las manos le recitó lo que había estado pensando. Desde el corazón y la mente, le abría su alma.