Alex era muy estudioso, siempre obtenía las mejores calificaciones en clase y hablaba poco, tal vez por eso todos le sacábamos la vuelta cuando lo veíamos acercarse, fingíamos que no estaba ahí y, los más crueles, se divertían haciéndole bromas pesadas, lo que ahora llamamos bullying.
Yo, por mi cuenta, no participaba de esas bromas, ni me reía, aunque tampoco hacía algo para evitarlo; no era el tipo de persona con quien quisiera tener trato alguno... un cero a la izquierda.
En una ocasión nos tocó hacer trabajos de investigación para la clase de química, fue en parejas y la maestra asignó a este chico conmigo, decía que era bueno para mí, tenía la oportunidad de aprender un poco de él y mejorar mis calificaciones; el caso es que yo no entendía de ácidos, bases, pH, etc. y no había forma de librarme de esta pareja ni de las bromas de mis compañeros.
Yo quería que trabajásemos en mi casa, pero él insistió mucho en que era mejor si lo hacíamos en la biblioteca pública, pues tendríamos más material disponible y estaríamos en "terreno neutral"; no quise discutir más y acepté la propuesta; sin embargó, por satisfacer las prácticas sobre protectoras de mi madre, Alex debía recogerme en mi casa y llevarme cuando hubiésemos terminado la tarea.
El viernes 8 de diciembre llegó puntual a mi casa, a las 4:30pm y fue algo extraño verlo sin uniforme, con unos jeans deslavados, camisa a cuadros, zapatos deportivos y una gran sonrisa dibujada en su rostro infantil; saludó a mi madre y, para su complacencia, dijo que no se preocupara, que me cuidaría muy bien.
Me sorprendí de su educación y caballerosidad, cediéndome el paso, abriendo la puerta, ayudándome a subir y bajar del camión, acercándome la silla para sentarme y todas esas cosas que se supone deben hacer los caballeros al estar en compañía de una dama.
Siempre me he sentido autosuficiente, pero esos pequeños detalles y la delicadeza con que me trataba me hacían sentir casi como princesa, aunque desde pequeña odiaba los cuentos de hadas porque eran la antítesis del feminismo y, en ese momento, lo disfrutaba intensamente.
Alex me explicaba lo que estábamos escribiendo y yo lo entendía con una facilidad como si se tratase de un juego infantil, no sabía como fue que antes no lo había comprendido si era tan sencillo.
Regresamos caminando a mi casa, no recuerdo quien de los dos lo sugirió, pero era buena idea caminar para lidiar con el frío.
Alex me escuchaba hablar, reía de mis bromas y también sabía hacerme reir; era increible que nunca me hubiese dado a mí misma la oportunidad de conocerlo; realmente era un chico increible y, debo decirlo, nada feo, es más, hasta lo veía muy guapo cuando sonreía y clavaba su mirada en mis ojos.
Cuando se despidió me dio un tierno beso en la mejilla y me dejó con sentimientos encontrados: tristeza por verlo marcharse y tener que esperar hasta el lunes para volver a verlo y, por otra parte, alegría, emoción y satisfacción por los momentos tan gratos que acababa de pasar a su lado.
El lunes por la mañana todos los compañeros comenzaron a bromear sobre lo que habría pasado, pues el chico tímido se veía muy contento e invadían con preguntas y expresiones como: "¿Qué le diste?", "¿Qué le hiciste?", "Se nota que le gustas", "Conviértelo en hombrecito"; simplemente respondí que estudiamos, aprendí mucho y estaba feliz de haber compartido con él esa tarea.
Después ingresé al salón, ahí estaba Alex, regalándome nuevamente esa sonrisa que me fascinaba; me dirigí a él, lo saludé, besé su mejilla y fui a sentarme en el lugar de siempre. Las burlas continuaron durante ese día, pero fueron cediendo en el transcurso de la semana porque no le prestábamos mayor importancia.
A partir de entonces, Alex y yo aprovechábamos cada momento disponible para estar juntos, cambio de clase, recesos, salida e, incluso, comenzó a visitarme por las tardes en casa con el pretexto de hacer tareas juntos y ayudarme con mis notas, no solo en química, también en matemáticas y física; siempre llegaba con un regalito, ya fuera un chocolate, un dulce o una tarjeta.
El jueves 21 de diciembre, apenas dos semanas después de nuestra "primera cita", salimos a caminar a un parque cercano; dimos un par de vueltas y después nos sentamos en una banca, mirándonos fijamente a los ojos, sin decir palabra y tomándonos de las manos.
En cierto momento, Alex ya acariciaba tiernamente mi cara con la mano derecha y sostenía un tulipán en la mano izquierda, ofreciéndomelo como "el regalito del día". Nunca supe como se enteró de que esa era mi flor preferida, simplemente quedé sin aliento y sin palabras.
Lentamente fue acercando su rostro al mío, me besó en la mejilla, recargó su frente en la mía; yo ansiaba que besara mis labios, pero él permanecía inmóvil; traté de tomar valor para ser yo quien diera ese beso y no pude moverme ni un milímetro, era como si estuviese congelada.
Después de algunos segundos, que para mí fueron una eternidad, humedeció sus labios y, finalmente, me besó con ternura y, a la vez, con pasión; nunca antes me habían besado así, haciéndome olvidar mis ideas feministas y sintiéndome como esas princesas al encontrar a su príncipe azul, con mariposas revoloteando en mi vientre y saboreando la dulce miel de sus labios.
El primer beso nunca se olvida, eso es cierto, pero del que tengo mejores recuerdos es el primero que recibí de Alex ese día que nos hicimos novios; a veces quisiera volver a tener 16 años y revivir esos bellos momentos.
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